Visiones desde el Sur

La banda

Los viejos andan en la sierras, asilvestrados, y pensando en cómo dar un golpe de Estado

Cuando se corrió la voz se convirtieron en un fenómeno mediático. Los reporteros pasaban las noches en las esquinas con los visores de las cámaras apuntando a las farmacias que no estaban de guardia.

La banda de los números, como se la llamaba, sólo daba un golpe al mes y siempre robaba lo mismo: analgésicos, antihipertensivos, cardiotónicos e hipnóticos. Después de cada asalto dejaban un papel con cuatro números: 67, 83, 74 y 69. Cada número estaba escrito por una persona distinta según el calígrafo de la Policía. Los cabalistas buscaron razones esotéricas y hasta masónicas para descifrar tal código.

Algunos decían que como la suma de los números por separado daba 50, algo tendría que significar eso. Otros, que podría ser el número de un teléfono móvil al que le sustrajeron un dígito, que habría que colocar tras el 67, con lo que obtendríamos 10 números de teléfono para investigar y tirar del hilo. Ítem más, algunos rijosos dijeron que el hecho de que el 69 fuera la última cifra tenía claras connotaciones sexuales ciertamente reprobables. Cuando se comprobó el pastel, la verdad se ofreció más simple, como siempre.

Los tan buscados elementos eran cuatro jubilados con edades de 67, 83, 74 y 69 años respectivamente, de profesiones expolicía, exatracador de bancos, exesteta y excorredor de bolsa, por ese orden, que habían montado la pandilla para robar las medicinas que les recetaba el médico y no podían permitirse adquirir porque las habían excluido de la SS.

El día de la vista la escalera que daba acceso a la Audiencia Provincial era un geriátrico al aire libre. Dada las altas temperaturas, cuarenta grados a la sombra, y la hora del juicio, las dos de la tarde, allí murieron ese día 2018 viejos, que quedaron extendidos en las aceras, el asfalto de la carretera, el césped seco de los jardines y, algunos otros, desplomados como muñecos rotos sobre los coches recalentados de los magistrados, que estaban en el aparcamiento oficial reservado a sus señorías.

Desde aquel trágico suceso, sin pactar nada ni con dios ni con el diablo, un espabilado ministro de España decretó que estaba prohibido envejecer: ¡con dos cojones!

Ahora no hay abuelos por lado alguno. Los viejos andan en la sierras, asilvestrados, y pensando en cómo dar un golpe de Estado y mandar a tomar por culo a estos administradores, que no tienen en cuenta las necesidades de los mayores de este país, después de haber cotizado toda la puñetera vida.

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