La tribuna

Manuel Lozano Leyva

¿Quién asesora al presidente?

EL presidente del Gobierno de España, recién llegado de Dinamarca, ha tenido que exponer y debatir en el Parlamento sus puntos de vista sobre la actual turbulencia económica; también ha opinado en entrevistas periodísticas sobre el enfoque común que la Unión Europea debía dar a la inmigración y mil asuntos más. Sus opiniones son discutibles, aunque parecen sensatas, pero cuando opina sobre el problema energético provoca el pasmo, si no el escalofrío, al decir que España no tiene capacidad hídrica suficiente para refrigerar centrales nucleares, que deseamos vender energía renovable a Francia y que el camino recorrido por Dinamarca con la energía eólica es el que hay que seguir.

Juro que lo que sigue trata de informar sin zaherir. El motor de un automóvil consume agua, pero a nadie se le ocurre decir que reponer líquido al circuito de refrigeración es el problema principal del transporte por carretera. En lo que se refiere a las centrales térmicas, sean nucleares, de fuel oil, de gas o de carbón, el asunto del agua es parecido. El mecanismo de todas es análogo en un gran porcentaje. Quemando combustibles fósiles o aprovechando el calor liberado por reacciones nucleares, se hace hervir agua. El vapor pasa a las turbinas que mueven un generador el cual, a modo de dinamo de bicicleta, genera electricidad. El proceso, como en el caso del motor de explosión, hay que refrigerarlo. Un reactor nuclear (del tipo de todos los españoles y el 80% de los demás) se mantiene a temperatura estable con un circuito primario de agua que no hierve porque está a presión. Esta calienta el circuito secundario que es el que hace hervir otra agua. Y para volver a empezar hay que enfriar el vapor que ha movido la turbina en un circuito terciario.

La central, sea de la clase que sea y no necesariamente nuclear, se ha de situar a orillas del mar, de un río, de un lago, o de un embalse construido para ello. Incluso no lo necesita si se construyen esas torres hiperbólicas que nos son familiares y que sirven para eso: enfriar vapor de agua. Algo de esa agua se escapa en este caso, pero apenas daría para llenar las piscinas de unas cuantas, muy pocas, urbanizaciones.

Lo segundo, que España quiere vender energía renovable a Francia, más que estupor causa hilaridad. Valga el siguiente ejemplo. Los llamados parques de aerogeneradores exigen que una central eléctrica cercana funcione en modo llamado de respaldo. Para evitar inestabilidades en la red provocadas por la variabilidad del viento, la central funciona en un régimen variable, normalmente inferior al óptimo. Esto provoca mayores consumos de combustible y desgastes de piezas móviles. Pues bien, el respaldo de los molinillos de buena parte del norte de España se lo dan las centrales nucleares francesas, cuya electricidad compramos a buen precio. ¿Cómo diablos querrá invertir nuestro presidente el proceso?

Lo tercero es el acabóse. Klampemborg es la deliciosa playa de césped de Copenhague. Desde allí, los días claros, porque está a unos diez kilómetros, se divisa una magnífica central nuclear que suministra electricidad a la capital danesa y sirve de respaldo a infinidad de molinillos daneses. Está en Suecia, a varios cientos de kilómetros de Estocolmo. Así pues, el camino danés a seguir es recomendar a portugueses, marroquíes y, si hace falta, a los franceses también, que construyan centrales nucleares lo más cerca posible de nuestras fronteras. Con eso nos aseguramos que cuando el viento flaquee, no se produzca apagón alguno.

España lleva cuarenta años produciendo electricidad de origen nuclear sin problemas reales para la población o el medio ambiente, por mucha resonancia que reciban en los medios los incidentes que se han producido. O sea, que hay un buen plantel de ingenieros y técnicos que saben lo que hacen. Si el presidente no se fía de ellos para asesorarse porque suponga que defienden intereses privados, tiene un Consejo de Seguridad Nuclear que depende del Parlamento. Como su personal es el que controla el quehacer de los anteriores, también sabrán del asunto. Si tampoco los considera fetén, porque hay política por medio que todo lo emponzoña, tiene el CIEMAT, antigua Junta de Energía Nuclear, que, lógicamente, entienden del asunto.

En caso de desaliento absoluto, el presidente podía echar mano incluso de profesores y catedráticos de física e ingeniería nuclear de montones de universidades o del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. No sé; de lo que estoy convencido es que don José Luis debe despedir inmediatamente al tipo que le asesora en estos asuntos si quiere evitar el ridículo cuando no tomar decisiones nefastas.

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