Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Podemos puede?
Ayer por la tarde salí a la calle sin prisas, con tiempo para hacer unas compras. Iba despacio, disfrutando del paseo; aún quedaban unos minutos para la apertura de los comercios. Observé a las personas que se cruzaron en mi camino: algunas iban mirando el móvil, otras apuradas llegaban tarde a algún sitio, o lo parecía. El kiosquero ordenaba las revistas, saludaba a una señora mientras le sonreía. El sol se reflejaba en la decoración navideña y sus destellos dibujaban en la acera figuras geométricas de todos los colores: yo era testigo de toda esa magia.
Carl Honoré publicó en 2004 su libro Elogio de la lentitud, en el que desarrolla una filosofía o movimiento que se centra en bajar el ritmo de vida, ese tan acelerado impuesto por la sociedad actual.
“El movimiento slow consiste en hacer las cosas con calma, con presencia y calidad. Esto va en contra de la cultura de la impaciencia, que privilegia la cantidad: hacemos muchas cosas rápido y terminamos haciéndolas mal y sin disfrutarlas”, asegura Honoré. “Es darle el tiempo y la atención necesarios a cada momento pensando en cómo vivirlo lo mejor posible, no lo más rápido posible”.
No hay que entender esta filosofía como hacerlo todo con lentitud, más bien en hacer las cosas de forma consciente y estando presente, no pensando en lo próximo que tenemos que hacer. Bajar una marcha, darnos un respiro, mirar por la ventana y preguntarnos por qué tenemos ese tic en el ojo que a veces viene y se va. Comemos rápido, andamos acelerados, el corazón a mil por hora y se nos va la vida sin darnos cuenta.
Todas las mañanas paso por San Pedro bajando el ritmo, para ver a los artesanos cómo colocan el pavimento de la plaza: han respetado el diseño, son las mismas piedras de hace tantos años. Arrodillados, las han vuelto a colocar, una a una. Empezaron hace meses, esta semana lo terminarán; es una obra extraordinaria. Pienso que nuestra vida debería ser así y no de otra manera: colocar piedra a piedra, con mimo, viendo cómo va quedando el dibujo. Satisfechos de nuestro trabajo, con personas cerca que lo admiren. Si no las hay, aléjate un poco, no te hace falta nadie, así verás cómo llevas el boceto.
¿Y si no puedes bajar el ritmo? ¿Cómo vas a hacerlo con tres niños, un perro y cosiendo “pa la calle”? Tres cumpleaños, el inglés, el baile y la ropa no se seca porque ha llovido. Sal corriendo y no mires atrás. No, era broma. Di que vas a comprar el pan y te pegas un paseo de una hora, para ver la decoración navideña, al kiosquero y al que está poniendo las piedras en la Plaza de San Pedro. Te pasas por el Conquero que lo han dejado muy bonito, visitas la Fuente Vieja y vuelves a casa atravesando el Parque Moret para que el verde de los árboles te entre bien dentro y puedas respirar hondo y expulsar todo el estrés de esta vida loca que te ha tocado vivir.
Acuérdate de comprar algo de pan, si vas a volver. Si no coge el pasaporte y vete lejos. Pero recuerda: ve con calma y disfruta del viaje. ¡Feliz jueves!
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