Hace un año nos veíamos obligados a prescindir de la tradicional cena familiar de Nochebuena y la comida de Navidad por temor a los contagios. Entonces mirábamos esperanzados al mes de enero, a este 2021 que debía sacarnos del agujero con la administración de las vacunas contra la Covid. Ese proceso de vacunación, de hecho, ha sido la mejor noticia del año que acaba, con una efectividad demostrada para la contención de la pandemia y la recuperación de algunos hábitos sociales que creíamos irrecuperables hace veinte meses.

Pero no esperábamos encontrarnos en una tesitura parecida ahora, un año después, con gran parte de la población inmunizada, en vías de completar el proceso con los más pequeños. Estábamos ya convencidos de que es necesaria la tercera dosis, iniciada también la campaña para su aplicación, cuando una nueva ola creciente de contagios, la sexta desde marzo de 2020, está haciendo estragos entre la población y desgastando de nuevo a un personal sanitario que sufre las consecuencias de lecciones no aprendidas en el conjunto de la sociedad y en la Administración sanitaria.

La incredulidad podría decirse que es general. Vista y comprobada la necesidad de completar las pautas con esa tercera inyección en adultos, ahora se comienza a aplicar como medida de control el documento que nos acredita con las dos primeras dosis inoculadas. Los propios contagios de este mes, sean por la variante ómicron u otra de las que circulan por ahí, son la demostración de que son insuficientes.

Hasta hace unos días, casi en la víspera de Nochebuena, no se ha determinado de nuevo la obligatoriedad del uso de la mascarilla en el exterior. Y por más que algunos traten de restarle eficacia, nadie puede discutir que aporta más que resta a la protección de la población.

¿Pero de verdad creen que es suficiente la mascarilla y la exhibición del Pasaporte Covid? ¿Sólo así vamos a frenar ahora una ola de contagios de la que se han notificado 3.361 positivos sólo en la provincia de Huelva desde el 13 de diciembre?

Estoy convencido de que una parte muy importante de la acción para contener los contagios está en nosotros mismos. Nuestra responsabilidad individual y colectiva -lo decía hace una semana- debe estar por encima de la extraña laxitud en las normas actuales. Pero ya es hora de que la Administración, en Madrid o en Sevilla, coja el toro por los cuernos, porque detrás de cada positivo hay una familia y una empresa que quedan patas arriba. Y la economía también se resiente así.