Dos años después de que el dichoso virus apareciese en nuestras vida demostramos una vez más nuestra miopía como sociedad. La última variante nos da la oportunidad de responder con los mismos errores a problemas ya conocidos. No tenemos arreglo. El primer mundo se blinda y con eso lo arregla todo. "Es necesario cerrar el país para salvar a los israelíes" dijo ayer el primer ministro de Israel. Y se queda tan a gusto. La solución a la pandemia es levantar muros, cerrar puertas y quedarnos todos dentro de nuestro terruño.

La pandemia es global, no entiende de fronteras, idiomas, cultura o religión. Golpea donde le da gana siempre que tenga espacios donde hacerse fuerte. Mientras una parte importante del planeta viva sin acceso a la vacuna seremos incapaces de controlar la maldita enfermedad. De nada sirve que Europa vaya por la tercera dosis en su población cuando millones de personas no tienen acceso a ninguna. El virus sigue circulando con libertad por el planeta, mutando y sin control. Solo el 7% de la población africana ha recibido la vacuna. El dato avergüenza. El país con una tasa más alta de inmunización en el continente es Sudáfrica con el 23,76%. En territorios inmensamente poblados como Nigeria o Etiopía apenas superan el 1%. Es imposible contener al virus mientras exista semejante cantidad de población expuesta.

La gestión de la vacuna es vergonzosa. Hay 11.000 millones de dosis fabricadas. Tal cantidad permitiría inyectar la pauta completa al 80% de la población mundial y quizá darle un golpe certero a su propagación. Pero claro, miramos a nuestro ombligo en un ejercicio de insolidaridad habitual para recibir como respuesta una variante tras otra. En el primer mundo insistimos en el error de pensar que los problemas de otros no son nuestros. Los países acumulan vacunas con el riesgo de que caduquen como en su día compramos papel higiénico para una década. Una estupidez.

A falta de medicamentos efectivos nuestra única respuesta es la contención de su propagación. Usamos dos alternativas: la vacuna y cerrar fronteras. Con la primera hemos visto su efecto en los territorios afortunados que lo han podido hacer, la segunda solo sirve para acumular fracasos. Cada cuatro o cinco meses una mutación nos devuelve la realidad.

Recuerda en cierto modo a la idiotez de aquellos dirigentes del Antiguo Régimen que ante la propagación de la ilustración prohibían libros y cerraban fronteras a las ideas. Todo el mundo sabe que un valla es la mejor respuesta a una corriente de opinión contraria. Lo dicho, como sociedad no aprendemos y como especie somos realmente mediocres.

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