Los años 20 del siglo XXI serán una década de desafíos para la humanidad. Uno de los más preocupantes es el de las tensiones que inevitablemente crea la división del mundo entre países ricos y países pobres; entre aquellos en los que una parte considerable de la población vive en la abundancia y los que ni siquiera suministran a sus habitantes los recursos mínimos para malsubsistir. Polarización a la que se superpone la existencia en los primeros de una clase opulenta, que posee además los principales resortes del poder, con otra bajo el umbral de la pobreza, que semeja una incrustación del tercer mundo en el cuerpo del primero. Por su parte el tercer mundo geográfico, en el que los desfavorecidos son mayoría absoluta, suele padecer la opresión de una clase política corrupta en connivencia descarada con los poderes económicos.

Las migraciones sin control son un reflejo de estas tensiones. Open Arms lo explicaba así: "Italia puede cerrar sus puertos, pero no poner puertas al mar", y aquí Italia no es sino un ejemplo de la clausura de Europa a los desesperados que buscan un lugar al sol -al menos a un rayo de sol- del bienestar: en Europa, Estados Unidos y otras naciones en las que la gente tiene acceso a los derechos humanos más elementales. En épocas pasadas las grandes potencias mundiales colonizaron países de África, Asia, América, beneficiándose de sus materias primas y de una mano de obra muy barata. Después, los abandonaron a su mala suerte y, en muchos casos, a la tiranía de los nuevos dirigentes. Una tarea justa, necesaria y urgente para los países desarrollados, en los próximos años 20, es el retorno a las antiguas colonias, no para esquilmarlas, sino para sembrar en ellas las bases de un desarrollo económico que les permita progresar de forma autónoma y alzar una voz que sea atendida en los foros internacionales.

Junto a eso, es necesario facilitar la movilidad transnacional de los trabajadores donde, además de satisfacer la demanda de personal en las zonas donde se les necesita, puedan volver regularmente a sus lugares de procedencia. Los contratos en origen para las campañas de los frutos rojos de Huelva son una fórmula de éxito, que ha reducido en buena medida el drama de los emigrantes ilegales, soslayando entre otras cosas la dificultad del regreso al hogar entre campañas. Pero la década nos va a deparar más retos. Seguiremos hablando de ellos.

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