En la actualidad, el único argumento de peso para saber si alguien es artista o no radica en la capacidad para encontrar su público. No en su peso intelectual, ni siquiera en su proyección internacional. Tan solo en generar seguidores en redes sociales y un público lector contaminado por las estrategias de marketing. Esta es una de las cuestiones que aborda Alain Brossat en su último libro: El gran hartazgo cultural. Los objetivos culturales de siempre (alimentar, remover, incomodar, activar o sembrar dudas) que nos hacían pensar y enriquecían nuestra libertad, han dado paso a otros objetivos menos sanos, incapaces de generar pensamiento. Hoy día la cultura entretiene, agrada o divierte. Y se queda ahí, no hay otro peso, otro interés.

La cultura industrial, la literatura industrial, es la que vende, la que hacen que venda, la que se prodiga en los miles y miles de fieles burros orejeros que caminan en una sola dirección. La creación artística está contaminada, como las humanidades, en declive permanente. "Lo que diferencia nuestra época es que hemos cambiado la radicalidad política por la radicalidad del arte. Quien apostaba por la política y perdía pagaba un altísimo precio. Ahora, cuando apuestas por el arte, puedes perder y hacer grandes beneficios", indica Brossat. El creador actual debe reconocer la inutilidad de su creación. "Lo que necesitamos no es un arte progresista pavimentado con las mejores intenciones políticas y morales del mundo. Al contrario, precisamos un arte de ruptura que proclame el vacío de la situación presente".

Al César lo que es del César y al creador lo que es del creador. Dejémonos de experimentos, el verdadero arte, la auténtica cultura no precisa de estrategias de marketing, de redes sociales, de televisiones. La auténtica cultura nos desarrolla, nos aleja de esos burros orejeros que acaban convirtiéndose en insumisos, en vividores del presente, en antisistemas, en críticos ambulantes que utilizan el pasado ocasionalmente a su antojo. La libertad debe ser nuestra premisa, pero la libertad culta, la libertad forjada en el peso intelectual.

Con todo esto estamos vaciando nuestras capacidades. Pensamos menos y por ello, somos menos libres. Dice Brossat que la cultura se prostituye, y en la actualidad seduce, pero no enriquece. Abandonemos la cultura del yo, la cultura industrial. Como decía Nicanor Parra en unos versos: "He preguntado no sé cuántas veces / Pero nadie contesta mis preguntas".

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