La abuela cumple cien

Un mensaje de mi prima Natalia me ha recordado que este mes la abuela habría cumplido cien años

La abuela Concha era el eje en torno al que giraba la familia. Su casa de la calle Buensuceso, en el corazón del barrio granaíno de la Magdalena, era parada y fonda obligatoria de hijos y nietos. Allí me llevaba mi madre al salir del colegio; bajo aquel precioso postigo de madera, con mis gorilas y un trozo de pan con chocolate, correteé durante años detrás de un balón o de una piedra. La casa tenía un largo pasillo donde colgaba un teléfono negro de pared, que ahora conserva mi tío Héctor, y allí el abuelo Nicolás había clavado un cartelón de madera oscura que rezaba así: "Aquí vive un hincha der Graná". Cuestión zanjada.

Los fines de semana que mis padres me dejaban en casa de la abuela yo era el niño más feliz del mundo. El domingo me levantaba cuando me daba la gana y desayunaba un colacao ardiendo bien atestado de galletas Campurrianas. Alrededor de la acogedora mesa de camilla del salón se iniciaba una tertulia, en la que participaban mis abuelos y mis tíos: se comentaba la posible alineación que esa tarde sacaría el Granada en Los Cármenes, la clasificación en la tabla del equipo visitante, el estado de forma de Izcoa o de Lorenzo... Yo escuchaba con mucha atención y me aprendía de memoria el posible equipo titular, que aventuraba Paco Vega en el Ideal. Luego se cumplía con la tradición dominical del arroz colorao y nos preparábamos para ir al campo, que entonces los partidos eran a las cuatro y media. En aquel tiempo, al fútbol se acudía en familia. Aquella excitación, camino del estadio, que yo creía exclusivamente infantil, la he seguido experimentado de mayor -paréntesis pandémicos aparte- conforme se va acercando la hora del partido. Pero en los descansos ya no me tomo un pulevín de chocolate ni existe ya el campo de mi infancia. Tampoco viven los abuelos. El abuelo Nicolás se mató con su viejo Chrysler y la abuela Concha no volvió a ir al fútbol. En realidad, apenas volvió a salir de su casa de Buensuceso 26. Pasaron los años y ella se fue apagando entre novelas, madrugadas con Encarna y paquetes de Fortuna que se fumaba a escondidas, como una niña traviesa.

Un mensaje de mi prima Natalia me ha recordado que este mes la abuela habría cumplido cien años. Se me había olvidado, porque todos los muertos se nos acaban olvidando. Pero la quería mucho. ¡Cómo me gustaría tenerla un ratito aquí conmigo! Poder sentirla a la espalda, mirando por encima de mi hombro lo que escribo.

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