NI Zapatero ni Rajoy abordan el Debate sobre el estado de la Nación con otro ánimo que el preelectoral. No hagan caso a las ofertas de pactos contra la crisis que, sin duda, se harán mutuamente. Serán ofertas de cara a la galería, pensadas para quedar bien ante los ciudadanos y hacer quedar mal al adversario. Sabe cada uno que sus propuestas son inasumibles por el otro.

El debate, estratégicamente situado en vísperas de la campaña de las elecciones europeas (vísperas de la campaña oficial y legal, porque en campaña de hecho están ya todos), no va a servir más que para el intercambio de eslóganes y clichés sobre las posiciones del contrincante, que será objeto de feroz caricatura, presentándole como incapaz de participar constructivamente en una salida a la crisis económica.

Ambos se niegan el pan y la sal. Ya estoy oyendo a Rodríguez Zapatero decir que la derecha se apunta al catastrofismo, se despreocupa de la suerte de los desfavorecidos y quiere recortar el gasto social. Ya oigo a Mariano Rajoy replicar que el Gobierno es manirroto e inepto, ha dilapidado la esplendorosa herencia recibida de la etapa de Aznar y su única receta es dar subsidios a la gente. Por un lado resuena ZP clamando contra las reformas laborales que atribuye al malvado Mariano y que dejarán a los trabajadores a la intemperie del despido barato, y por otro retumba Mariano con el apocalipsis que aguarda a los españoles si no se da un golpe de timón a la gobernación nacional (derrota del PSOE en las europeas, soledad en el Congreso y adelanto da las elecciones generales, ésa sería su secuencia favorita).

Las dos líneas de argumentación mitinera tienen los pies de barro. ¿Cómo se atreve Zapatero a presentarse como garantía de la protección social frente al capitalismo voraz si bajo su mando hemos alcanzado la cota máxima de desempleo de Europa? ¿Acaso hay algo menos social que tener cuatro millones de parados? ¿Vamos a creernos que Rajoy garantizará servicios y prestaciones a las víctimas de la crisis si pretende bajar los impuestos; es decir, reducir los ingresos del Estado? ¿Acaso él hubiera hecho, o haría en caso de gobernar, algo muy distinto a los socialistas con los bancos, las cajas de ahorros, la vivienda, la agroindustria, los empresarios o el I+D?

Fomentan la diferencia y aparentan la alternativa, pero la verdad es que las divergencias entre PSOE y PP acerca de la crisis no van más allá de un 1 ó un 2% de presión fiscal y parecidos porcentajes de gasto público, un nivel de flexibilidad laboral de intensidad media o baja y un recorte de administración pública de grado menor o de grado ínfimo. Estos detalles no justificarían en ningún caso la teatral hostilidad de estos días. El patriotismo de verdad les llevaría a pactar. Pero ¿qué tiene ver el patriotismo con llegar a la Moncloa?

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