Crónicas urbanas

Jordi Querol

'Willkommen in Lepe'

LA formación de flechas o barras arenosas paralelas al litoral es una constante en la costa suroeste de España. La nuestra, la de El Rompido, al originar unos fascinantes ecosistemas, es considerada Paraje Natural: 2.530 hectáreas de extensión. Esta gran superficie contempla la Barra de El Rompido (Nueva Umbria), además de gran parte de las Marismas del Piedras.

He dicho nuestra no porque al disfrutarla desde 1967 piense que esto me da cierta condición de propiedad, sino porque los que vivimos aquí la usamos rutinariamente sin cesar. La barra es rotunda y decisivamente vinculante al Rompido. Hemos ido hacia ella nadando, remando, usando el viento con planchas de surf, con la cartayera, o con nuestras propias barcas motorizadas. La barra es nuestra compañera, nuestro paisaje, nuestro horizonte y sobre todo nuestra utopía; simboliza para muchos más de lo que algunos imaginan.

En la actualidad, la gran mayoría de usuarios de la barra accedemos a ella amparados por la tecnología náutica. Lanchas de muy diversas marcas y dimensiones acarician a diario sus orillas. Llegamos a la barra buscando placidez y queremos acariciarla tal y como es. En la barra no hay gritos, ni peleas, ni discusión alguna. Queremos hincarle nuestra sombrilla, ver arena, pisar conchas rotas, prestar atención a las mareas, rozar arbustos y, a veces, nos apetece cruzarla para ver el océano, el horizonte, el más allá. Si durante el veraneo la podemos tocar cada día nos sentimos mejor; la barra significa el remate final, un objetivo a batir. Todos nosotros (gentes muy heterogéneas) sabemos fondear en un determinado rincón, respetando a los que ya hace rato que tienen echados sus rejones. Sobre la barra, podría hablar durante horas y horas, y nunca acabaría de enunciarlo todo sobre ella; sin embargo, hoy, con este artículo, quiero evidenciar un par de cosas.

Si empezamos con letreros de bienvenida -"Willkommen in Lepe"- y otras acciones (inicialmente sólo grotescas e ingenuas) auguro desde esta columna el final de la paz de la barra. Los que de verdad queremos la barra no necesitamos que nadie, en nombre de ella, nos dé la bienvenida. La barra quiere ser libre, su libertad es su autenticidad, y ese sello natural y neutral que siempre ha tenido es el que la hace grande, independiente, anárquica, bella, educada y hasta un poco misteriosa. La barra es apolítica y taciturna, y los que dialogamos con ella, lo hacemos sin letreros ni intermediarios; lo hacemos desde el alma. Las discusiones alborotadoras sobre su municipalidad son barrocas, y las bienvenidas escritas en ella son como aullidos intolerables.

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