He vuelto a visitar la tumba de William Martin. La tumba, en nuestro cementerio de la Soledad, estaba como desde hace tantos años la he visto. Nadie alrededor. Solitaria, en la paz del campo santo. Después de una breve oración por quien allí descansa, si así es, por mi mente comenzaron a pasar hechos, figuras y personajes que danzan en la verdad del misterio de esta figura ya mítica en los anales onubenses. Recordé aquel día del año 1950 en que llegó hasta mí la primera noticia de este curioso y atractivo caso de espionaje, que me comunicaba un compañero de la radio en Roma. Quedé impresionado. Pero aún más cuando un patólogo inglés hizo unas declaraciones y opiniones sobre un gran médico forense, Eduardo Fernández del Torno, gran amigo de mi familia y mío. Allí fue cuando comenzó mi aventura con este caso, sin aclarar todavía en muchos puntos. Metido de lleno en la investigación de aquella aventura de espías, tanto me apasionó que comencé a tomar notas del mismo y a realizar muchas investigaciones dentro y fuera de España. La labor era lenta, difícil, pero no la dejé. Visitas al cementerio, cartas con infinidad de personas y centros oficiales, todo ello me fue aclarando la vida de aquel hombre que nunca existió.

En 1955, colaboré en el asesoramiento de ciertas secuencias del rodaje de la película que se rodó en Huelva sobre el caso. Incluso en mi afición al cine realicé esa misma historia en un documental para mi recreo y archivo personal. Conocí a personajes muy curiosos relacionados con W.M., sobre todo en Alemania. Miembros de la Armada, amigos míos, me orientaron en documentación de gran interés.

Y por fin en 1993, comencé a escribir un libro sobre el enigma que vio luz 4 años después. Era el primer libro que se publicaba en España sobre el misterioso caso de espionaje que tuvo a Huelva en su líneas centrales de realización. Lo titulé El enigma de William Martin. Mi libro llegó a numerosos países y sobre todo a personas interesadas por el tema e incluso algunas que participaron en su desarrollo. Aconsejé a muchos escritores y periodistas sobre la trama, apasionándolos a seguir y continuar en las investigaciones. Y así entre todos, conseguimos que William Martin fuera un personaje popular y conocido. Desde lejos sigo el tema y guardando numerosas claves que darían que hablar. Pero como siempre, digo al igual que Juan Ramón Jiménez: "No la toquéis que así es la rosa". Ahora al cabo de los 75 años de aparición del cadáver de W.M., libros, crónicas, reportajes en televisión, vuelven airear aquella hazaña en la que siete años después de ocurrir me vi envuelto en un siempre apasionante estudio.

Hoy no puedo por menos que recordar, cuantos eventos de mi vida se vieron involucrados en esta historia.

Y en mi cita con esta historia dos nombres onubenses inolvidables para mí: Klaus Clauss (q.e.p.d) y mi querida y admirada amiga Isabel Naylor.

¿Quién terminará de escribir la verdad sobre el hombre que nunca existió?

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