Se nos va la primera semana lectiva del año con cierta sensación de que hay cosas que se mueven en la ciudad aunque no sepamos muy bien hacia donde. En apenas siete días, el alcalde se nos ha ido a Madrid para tratar con Hacienda el espinoso asunto del Recre y con Cultura el no menos peliagudo del Museo Arqueológico. Además, el regidor ha tenido tiempo de presentar la marca turística de Huelva, la primera en su historia aunque choque sólo escucharlo, y convocar un pleno para congelar mañana el IBI. Bastante faena que demuestra que, como era de esperar, este 2018 va a ser año de actividad por aquello de su condición preelectoral.

De todo lo abordado por Gabriel Cruz en estos siete días me quedo con el tema del Arqueológico, un asunto que vive en permanente bucle y que está dando grandes días de gloria. Si partimos de la afirmación de que Huelva tiene unas infraestructuras culturales impropias de su milenaria historia, convendremos en que dotarla de un centro en condiciones para mostrar su pasado debe ser el primer paso obligado a dar. Aunque ninguna administración lo dice en voz alta, está claro que la situación del actual Museo de Huelva es más que triste y urge hacer algo que nos saque de las catacumbas culturales en las que penamos. La alternativa del Banco de España, promovida por esos sufridos señores que son los de la Asociación Amigos del Museo Onubense (AMO) y respaldada por el peno municipal, parece que podría ser la más adecuada aunque no sea una solución total. Esta es otra de las cosas que tienen claras en casi todos los despachos implicados para desbloquear el asunto, pero que de ninguno de ellos se escuchará públicamente pega alguna al respecto. Y me explico.

Si finalmente el Arqueológico se va al Banco de España ganaremos en un edificio más vistoso, con más prestancia y bastante más bonito, pero poco más. Si lo que se dice sobre el proyecto en el que trabaja la Junta es verdad -y no tiene por qué no serlo- la nueva sede tendrá pocos metros más de exposición para las colecciones onubenses dado que el edificio no se puede modificar demasiado por las restricciones legales y, sobre todo, económicas que sobre él pesan. (Y ello sin entrar en si se diferencian Arqueológico y Bellas Artes en dos edificios).

Pero no sólo eso. Parece claro también que será difícil trasladar a las Monjas la zona expositiva, la de investigación y la de almacén, salvo que en Ikea se inventen un mueble que sea como el bolsillo de Doraemon y todo tenga cabida allí. Así las cosas, habrá que pensar qué se hace con el almacén y con el edificio de la Alameda Sundheim. (Por cierto, un aplauso al Gobierno y su capacidad para no ver necesario actuar en un sitio en el que se caen hasta las losas de la entrada).

Y todo esto lo deben decidir además unos técnicos del Ministerio de Cultura que vendrán por aquí en febrero -no vayamos a correr- para analizar el edificio por dentro ya que antes no les han dejado entrar. Un panorama vamos. Imagínense la cola de voluntarios que tiene que haber en Madrid para venir a arreglar los problemas de Huelva. Incontables..., lo menos tres.

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