Siempre dije, y aquí lo he escrito cuando me ocupé de sus libros, que el escritor almonteño Juan Villa posee unas dotes narrativas realmente admirables. Lo mantengo con total respeto y estimación desde aquellas Arias breves, que se publicaban en Huelva Información hace ya muchos años y a las que debiera volver para gozo y deleite de nuestros lectores. Esa admiración ha tenido pródiga oportunidad de acrecentarse a través de la lectura de publicaciones tan fascinantes como Crónica de las arenas (2005), El año de Malandar (2009), Los almajos (2011), Doñana, Las otras huellas (2013) y La mano de Dios (2016) -entre otros libros suyos-, más que suficientes para acreditar lo que un maestro de las letras como es José Manuel Caballero Bonald, afirmara: "La obra de Juan Villa relacionada con Doñana supuso para mí un verdadero descubrimiento. En sus indagaciones sobre la historia social de un territorio que conoce tan a fondo y tan de veras…".

Vuelve Juan Villa a ese paraje que le es tan entrañable y tan intensamente conocido, identificado con el entorno y sus gentes, en Voces de la Vera , que acaba de publicarse. Un espacio que describe con la deslumbrante narrativa que le caracteriza para situar al lector en unas latitudes entre mágicas y espectrales, de un ámbito peculiar que fue y que si en lo físico permanece, en su órbita vital, social y humana, está desaparecido y vacío: "En La Vera se escinden -escribe el autor- dos universos enemigos y se vertebran en la medida de lo posible: un estirado espacio montaraz por el que el hombre y sus andanzas se desarrollaron con calma, con aprensión, sumisos a sus señales, como suele suceder en las naturalezas fuertes, selvas, cenagales, desiertos…". Un entorno que en la desbordante, vibrante y cautivadora expresión del escritor cobra un vigor asombroso. Tanto por la seducción del argumento como por la fuerza vital de los personajes. Unos y otros consiguen en el relato una pasmosa convicción, un realismo prodigioso y un conmovedor regusto agridulce, crítico, sarcástico, a veces tragicómico y exquisitamente barroco.

Esa taumaturgia expresiva convierte el texto en una subyugadora travesía de una toponimia exuberante donde abundan pasajes de una belleza descriptiva embriagadora, de un itinerario que como la propia Vera es un venero de trances, sucesos y vivencias a lo largo de caminos, veredas, senderos, trochas, hatos, sotos, algaidas, vetas y toruños, "abrasando el paisaje hasta dejarlo como el cuero requemado e inerte" o también "un jardín del Edén, un Olimpo huérfano de dioses en espera de que una osada deidad tomara en él asiento", un sortilegio fantástico, que Juan Villa, demiurgo del tiempo y el espacio, articula con agudo ingenio y presteza literaria. Y mi gratitud por incluirme y nombrarme entre los variopintos personajes - memorables algunos- de su hermoso libro.

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