La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Vergüenza ajena en un vagón del AVE

Cierta prensa capitalina que sigue a la selección ofreció un espectáculo poco edificante en el tren de regreso a Madrid

Tenemos la manía de hablarle a los extranjeros a gritos, como si fueran sordos, y de parlotear alto, altísimo, por el móvil, como si todos nuestros interlocutores estuvieran tenientes. En sitios cerrados, esos donde habrá que seguir llevando la mascarilla, es horrible soportar las conversaciones ajenas con y sin teléfono móvil. Se suelen meter con los andaluces por cómo hablamos, que si seseamos como la ministra, que si ceceamos como burros, pero el espectáculo que ofreció parte de la prensa deportiva capitalina en el día en ayer en el AVE fue no apto para menores de edad. Convirtieron el vagón en un gallinero, invadieron el espacio vital de muchos pasajeros, se pasaron medio periplo de pie y con la nariz fuera de la mascarilla. Los inocentes que sufrimos el número tuvimos que sufrir los chillidos de sus quejas, comentarios, detalles del próximo viaje a Copenhague y no sé cuántos improperios dirigidos contra un tal Luis, que resultó ser Rubiales, el presidente de la Federación. Llegó de pronto una señora la mar de educada y paciente que soportó de todo. Uno de los tipos le dijo de forma insistente que o se aceptaban sus peticiones o el tal Luis "se va a cagar de la que le vamos a dar". Y repetía constantemente la referencia escatológica a esa necesidad fisiológica de la que nadie se escapa, ni el Rey ni el Papa. La señora paciente resultó ser, según mis indagaciones en Google, la jefa de Comunicación de la Federación, que no sabía yo, por cierto, que había sido fichada por el tal Luis procedente del gabinete de Cristina Cifuentes. La señora se ganó rápidamente mi solidaridad. Me dio vergüenza cómo el periodista bravucón soltaba sus amenazas con el aval de varios compañeros con un descaro insólito, mientras ella sólo escuchaba con amabilidad y acertaba a decir: "Relax, relax". ¡Menos mal que nos hemos clasificado!, pensé. Al corrillo se sumaban otros libreoyentes que se metían en mi localidad y me impedían bajar o subir la mesita del respaldo. Nadie en ningún momento pensó si estaban molestando con el elevado volumen y la intensidad de la conversación. Éramos invisibles para ellos. Mi compañera de localidad tuvo que darle unos leves golpecitos en la espalda a una de las periodistas para que se apartara y permitiera recoger la mesita. Ni pidió disculpas después de veinte minutos de aguantar en la cara el paisaje de la marca de sus pantalones vaqueros. Me quedaron claras varias cosas: el Covid no existe para cierta prensa capitalina que sigue a la selección de fútbol, los españoles hablamos muy alto y al tal Luis le va a caer la del tigre. Pobre Luis. ¡Viva el fútbol y viva España!

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