Verano franquista

El movimiento nacional catalán ha traicionado la Constitución y pretende que los leales son los subversivos

El cadáver del dictador y el rechazo o culto a su memoria han sido protagonistas singulares de este verano. Algunos pronunciamientos han sido perfectamente coherentes. Por ejemplo la adhesión inquebrantable de unos cientos de militares. Es de cajón: Franco encabezó durante 39 años una dictadura militar, así que es propio que jefes y oficiales de avanzada edad añoren a su caudillo. Así mismo, es lógica la incomodidad que produce la exhumación de los restos del generalísimo en el seno del PP; partido fundado por seis ex ministros, seis, del dictador. Aunque no se identifique con su ideología, la cercanía sentimental con Fraga, su presidente fundador, pesa en las filas populares y coloca al partido en este asunto en una posición de debilidad.

También es razonable que un gobierno de izquierdas quiera terminar con el enterramiento faraónico al jefe de La Oprobiosa, mantenido sorprendentemente durante décadas de democracia. Una situación insostenible y una maniobra muy rentable: sacar a Franco del Valle de los Caídos le va a resultar al PSOE muy barato en términos económicos y muy provechoso entre su parroquia de votantes. En todo caso, algún gobierno anterior debió hacer esto hace mucho tiempo.

Lo que ya no es tan coherente es que el president Torra llame franquista a todo quisque. Ante la más mínima discrepancia, el movimiento nacional catalán dispara su dardo: "¡franquista!", "¡fascista!" Deberían ser más prudentes: el Movimiento Nacional del 18 de julio también veía un complot judeomasónico internacional detrás de cada crítica a su Régimen. Ambos tienen más cosas en común. La principal es que los dos se rebelaron contra el orden constitucional, traicionando su promesa o juramento de defender las instituciones democráticas. Y los dos pretendieron que quienes se mantenían fieles a la legalidad eran los subversivos. Ambos han sido fanáticos de su raza, de un pretendido único pueblo español y de un supuesto único pueblo catalán. Razas superiores en los dos casos, los buenos catalanes y españoles.

Con tanto fanatismo, imagino a Torra como al paranoico personaje de Bob Dylan en su canción sobre la John Birch Society, organización anticomunista surgida en la guerra fría en Estados Unidos. Después de sospechar de todo su entorno, buscando rojos, el protagonista acaba investigándose a sí mismo. Y espera no encontrar nada...

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