Putin es un personaje grotesco que gusta mostrarse en escenarios de ese lujo bárbaro tan propio de los rusos, ya sean zares, dictadores comunistas o autócratas, que siempre parece sacado de una opereta de Lubitsch con Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald. ¡Lo que les gusta a estas criaturas los salones inmensos con muchas lámparas, inmensos ventanales y cortinas brillibrilli, que recorren, tras pasar por inmensas puertas doradas, mientras los cortesanos, los camaradas o los plutócratas les aplauden! Pero en política lo ridículo del personaje no excluye su peligro. No es fácil encontrar tipos más grotescos que Mussolini con los brazos en jarras y el mentón elevado o Hitler escenificando las muecas y gestos previamente ensayados ante un espejo. Por eso lo de amenazar exhibiendo el Arma del Juicio Final seguramente sea un farol para sacar pecho ante los suyos y exhibir músculo atómico ante la OTAN que no tenga mayores consecuencias. O quizás sí. Todo parece sacado de una película de Tony Scott con música de Hans Zimmer o de una de McTiernan con Connery haciendo del capitán de un submarino atómico soviético. Pero resulta que es real.
El cine y los políticos… El tema da para mucho. Como anticipación intuitiva de futuros horrores desatados por ellos (De Caligari a Hitler se llama el estudio clásico de Kracauer), cosa que espero no ocurra con las películas antes citadas u otras, tan frecuentes en las últimas décadas, de carácter apocalíptico o post apocalíptico. O como hagiografía de líderes que tuvieron a su servicio a grandes y no tan grandes directores, ya fuera en vida o post mortem. Lenin -el que dijo "de todas las artes, el cine es para nosotros la más importante"- tuvo a Vertov, Hitler a Riefenstahl, Franco a Saénz de Heredia, Roosevelt -a través de fábulas New Deal- a Capra, Mussolini al Instituto Luce bajo el lema Il cinema è l' arma piu forte y Pedro Sánchez su docuserie provisionalmente titulada Las cuatro estaciones. Compréndanlo, estamos en tiempos de las Kardashian, Rocío, las Campos o la liga de los hombres extraordinarios. Y hay que estar al día. Supongo que ya han visto el avance. Tiene la virtud de ser un perfecto reflejo de lo que su estrella piensa de sí mismo y de su Gobierno. Algo entre el Camelot de la Casa Blanca en tiempos de los Kennedy y Downton Abbey. Ridículo, si. Pero vera efigie del Narciso de la Moncloa.
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