cuchillo sin filo

Francisco Correal

Veintidós manos

VEINTIDÓS niños. Tantos como los que salían de la mano de los jugadores del Real Madrid y del CSKA de Moscú al césped del Santiago Bernabéu. Eran belgas y holandeses, pero siguen siendo niños. El telediario de la Primera no lo abrió la terrible tragedia escolar del accidente en la autopista del Ródano; no, todas las miradas del primer titular de la televisión pública eran para los intentos por alcanzar los objetivos del déficit. ¿Qué diablos importa el déficit ante lo que algún político belga ha calificado de "una pérdida del futuro"?

Volvían de unas vacaciones en los Alpes a las localidades de Lommel y Haverlee. Seré uno de los muchos periodistas que en todo el mundo ha escrito por primera vez estos topónimos que les resultarán familiares a los carteros de las poblaciones cercanas, a camioneros que hagan la ruta de los Países Bajos. La bendita tranquilidad se vio soliviantada por el espanto de un túnel construido en el penúltimo año del siglo XX. Traerían sus móviles cargados con imágenes de una naturaleza bellísima pero tan inasumible a las limitaciones del hombre que lo obligan a horadarla, a engañarla con ingenios punzantes, a abrirle ojos y ombligos en moles majestuosas. El profesor Benigno del Río escribió un ensayo sobre el paisaje y se detiene en ese entorno de las montañas sin fin que tocan el cielo con sus picos de nieve y que son conquistadas por legiones de turistas que acceden en teleféricos imposibles.

La vida y la muerte por lo general se llevan bien. Se respetan, porque les une la alianza de viejas amigas. Cuando pasa algo así, alguien ha vulnerado las cláusulas de ese pacto de caballeros. Nunca escarmienta el hombre a esas bofetadas de la guadaña y se empeña en hacerle a la muerte el trabajo sucio. Muchas veces gratis. Cuando la muerte se basta sola. No es autosuficiencia: basta con ver su currículum. Esta vez se ha equivocado. El accidente sucedió en Suiza, un país cuyos habitantes acababan de renunciar en reférendum a disfrutar de dos semanas más de vacaciones. Y volvían a dos pueblos belgas, el país que simboliza la idea de Europa. Hoy es día de luto en Bélgica y todos somos belgas, paisanos de nuestro superpaisano Herman von Rompuy, presidente del Consejo Europeo.

Hay niños que mueren de hambre en África, por las bombas en Siria, lo sé. Pero estos niños que podían ser nuestros hijos, que lo tienen que ser en el dolor, venían de vivir lo más parecido a la felicidad. El futuro no será igual sin ellos. Ya podemos decir que nunca se alcanzará el objetivo del déficit, porque hay veintidós manos de futbolistas, en Heysel por ejemplo, que no le darán la mano a veintidós niños ausentes.

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