Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
La poesía hispanoamericana suele reportar muchas sorpresas. Descubres a un autor que te parece digno, escarbas un poco en su obra y nos conmueve, nos maravilla. Pero si hay que destacar algún aspecto, entre todos los demás, este sería el sentimiento de vacío. No se trata del término vacío que se nos pueda venir a la cabeza (falto de contenido o vano), sino todo lo contrario. Me refiero a la manifestación de vacío como indagación, como abismo.
Será tal vez porque en sus tierras se sufre, y se sufre mucho. Nosotros, dicen, vivimos en un país al que se le considera potencia económica. En los últimos tiempos no paramos de escuchar que si España está a la altura de tal, o que si España está por encima de ese otro. Dicen, incluso, que nuestro Estado de bienestar es envidiado por muchos países. Y todas estas afirmaciones me resultan ajenas, hace que me entre la risa y que pasee por la calle para ver la realidad de un territorio roto y vacío. Sí, aquí sí me refiero al término vacío que todos pensamos.
Sumidos por unas corrientes pedagógicas que en vez de enseñar consiguen destruir (incluidas las feministas), hemos llegado al momento donde todo vale, incluso aquello que ha dejado de tener una explicación lógica, aquello que ha perdido el sentido común. La mayoría de las veces escucho, oigo en silencio dejando que sea el otro interlocutor quien manifieste todas sus intenciones. Después sigo escuchando, no merece la pena hablar ni disponer de un criterio que, hoy día, no será comprendido por nadie. Aunque venga bien intentarlo.
Uno procura dar lo mejor a sus hijos y resulta que tu propia descendencia te come la mano, por no decir otra cosa. Pero claro, ellos aspiran a aquello que desean, pero para ello no alientan ni su voluntad ni su entendimiento, no alimentan ese sentido común. Y todo esto provoca vacío, aislamiento. Y el aislamiento desemboca no sólo en la falta de personalidad, sino en ausencia completa del sentido de la sociedad en la que se vive. Se alimenta el vacío, se manipula el vacío, y el vacío elimina nuestras facultades.
A esta España vacía ya no la conoce nadie. Dentro de unos años, nuestros hijos y nietos leerán el manido análisis de estos tiempos en los que se ha perdido el sentido de todo o de casi todo. Se honrarán de haber vivido en una potencia mundial que les otorgaba un Estado del bienestar envidiado por muchos y apenado por otros. Menos mal que Rosales nos dejó unos versos sublimes: "Porque la muerte no interrumpe nada". Será por eso.
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