Enhebrando

Manuel González Mairena

Turismo de interior

Trazamos caminos de los que no se ven. Eso es la familia, personas por las que transitas sin GPS

Hace frío. Hace mucho frío. En la costa es húmedo y se mete por las juntas de las ventanas y de los huesos. El fin de semana recorrimos el camino hacia la sierra. Allí es gélido, no entra en las articulaciones pero las golpea igualmente. Como en otras ocasiones, fuimos a disfrutar del otoño, sus colores y frutos, en ese paraje que se encuentra a un puñado de kilómetros y de curvas. Alquilamos una casa rural en Fuenteheridos, aunque para esta ocasión el cupo se ampliaba, cerrando el lazo sobre tres generaciones. Las puertas de las estancias del alojamiento se abrían a la inversa, indicando reiteradamente otro modo de hacer las cosas. Calles empedradas. Chimenea. Vigas de madera. Naturaleza. Un frío distinto e inmenso. Pero con la familia. Tras descargar los coches, una pequeña mudanza de urbanitas sacados de contexto, hacemos de estas habitaciones, de este salón y de esta cocina, un hogar improvisado. Nos damos un tiempo para lo que no tiene tiempo. Rompemos la mecánica de la rutina, las conversaciones telefónicas, los mensajes de pantalla. Abrir el tablero de un juego de mesa familiar. Organizar la compra de provisiones y viandas. Ver un partido de fútbol con tu padre. Que te cocinen con el ingrediente de los recuerdos. Descorchar un vino. Conversaciones de tira y afloja. Risas. La ropa térmica le dice a mi cuerpo que no hay frío. Eso es el amor: un cobijo, un bienestar. Fuera las fieras rugen.

Pero no nos dejamos avasallar por las bajas temperaturas y rendimos tributo a varios lugares. Así es como uno descubre que de la fuente de los doce caños bebe la memoria. Chacinas en Jabugo. Almorzamos en Galaroza, y descubrí que mi padre pasó allí sus primeras vacaciones, con 1 año, por prescripción médica para tratarle una enfermedad ya olvidada. De ahí a Cortegana a tomar un café donde nos levantan la ropa de camilla y descargan ascuas de leña, excusa para hablar de ancestros, del cisco y las polainas. Hacemos una parada en Villaonuba, infructuosa, porque no se permite ahora el acceso a su excelso jardín. Otra parada nos llevó a la Peña de Arias Montano, enclave místico; a ojos de mi padre, seguimos correteando mi hermano y yo, en chándal a principios de los 90, acompañados por mi madre. Y bajamos a caminar las calles de Alájar, y disfrutar de una buena comida. Trazamos caminos de los que no se ven. Eso es la familia, personas por las que transitas sin GPS. Cuando estás ahí, has llegado a tu destino.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios