Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Treintismo

En los años treinta la política entró en bucle y fue incapaz de dar respuesta a una grave crisis nacional

Cuando allá por los tiempos de Zapatero -tan lejanos en algunas cosas, tan próximos en otras muchas- se decidió marginar la Historia para sustituirla por la memoria, España cometió un error de los que se pagan. La memoria, entendida como puro afán revanchista y revisionista que es como la han configurado las leyes que la han establecido, no sirve para nada. Sólo para marginar e ignorar a la Historia, que es una disciplina académica y científica, y cumplir, de paso, el terrible axioma de que los pueblos que no la conocen están condenados a repetirla.

Si nuestros políticos conocieran siquiera someramente la enorme y magnífica bibliografía sobre la crisis de la Monarquía de Alfonso XIII, la República y la Guerra Civil publicada en los últimos años no estarían cometiendo los disparates que vemos cada día. Desde hace ya algún tiempo se respira en el país un ambiente treintista. Los años treinta del siglo pasado fueron la peor etapa de la historia contemporánea de España. Lo fueron porque la política entró en un bucle suicida y fue incapaz de dar una respuesta mínimamente coherente en unos momentos de grave crisis nacional, tanto económica como social. Y cuando la política demostró su incapacidad para sacar al país del atolladero entraron en juego otras fuerzas que desencadenaron una tragedia cuyas consecuencias todavía se dejan sentir, casi un siglo después.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. En cosas fundamentales. El Ejército, entonces educado en el golpismo y el intervencionismo, ya no es una amenaza ni un factor de permanente desestabilización. Pero el sistema democrático está dando muestras de tremenda fragilidad y hay fuerzas dispuestas a cargárselo. No ya por el camino de la confrontación armada, pero sí por el del enfrentamiento civil que haga imposible la convivencia.

Como en el final de la Monarquía alfonsina y en los años republicanos, tenemos una clase política que no da la talla y que ha desconectado de las preocupaciones de los ciudadanos para centrarse en absurdos pulsos de poder. Aunque para ello haya que jugar con la salud de la gente, con su situación económica y con el futuro de sus hijos. Las sesiones del Congreso, como la que se celebró ayer, cada vez recuerdan más a la de aquellos años y puede que hasta se eche de menos a oradores capaces de crispar la Cámara como Gil Robles o Indalecio Prieto, pero en los que por lo menos se veía nivel cultural y erudición. Ahora, ni eso. Por eso es más urgente que nunca reivindicar el valor de la Historia.

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