EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Trastorno bipolar

LO peor de este país nuestro, como dice mi amigo José Antonio Montano, es que nunca deja de ser un coñazo. ¿Cómo es posible que todavía estemos discutiendo si somos un país autonómico, casi federal, federal, de tipo federal, o todo a la vez? ¿Y cómo es posible que se organicen referendos de independencia en Cataluña que parecen verbenas populares? Después de 500 años de vida en común, ¿a qué se debe que tengamos aún tantas dudas existenciales? Si fuéramos razonables, solicitaríamos a la ONU el nuevo nombre de "Hamletia", en honor al eterno dubitativo de Shakespeare. El viejo nombre de España podría quedarse para las camisetas de los turistas borrachos.

En términos psiquiátricos, este país nuestro -o este eterno coñazo nuestro- sufre un grave trastorno bipolar. Ahí tenemos, por ejemplo, a don José Montilla, que firma sus decretos de la Generalitat con un nombre que no es catalán ni castellano: José Montilla i Aguilera (con i latina, es decir, catalana). Vamos a ver, ¿en qué quedamos? No se puede ser a la vez fuerte y débil, moreno y rubio, calvo y peludo, de Iznájar y de Cornellà. Si uno quiere ser catalán a todos los efectos, también debe catalanizar su nombre y decidir llamarse Josep en vez de José. Pero las dos posibilidades a la vez -como hace don José Montilla i Aguilera- sólo puede ser una estrepitosa forma de engaño. Y cuando un hombre se engaña a sí mismo, no tarda en engañar a los demás. Y peor aún, si un dirigente político firma sus decretos en un mejunje lingüístico, lo más natural es que sus decretos también sean mejunjes lingüísticos (y por tanto mejunjes conceptuales).

En el fondo, nuestros problemas son gramaticales. El día en que al fin nos aclaremos con la gramática -y con la consiguiente sintaxis-, seguro que podremos solventar nuestro trastorno bipolar. Pero de momento eso es imposible. Preferimos combinar los conceptos irreconciliables, como aquella señorita pudibunda que le suplicaba al impetuoso galán que se disponía a acometerla: "La puntita nada más, que soy doncella". Y ahí seguimos, a un paso de la psicosis aguda.

Yo no sé si se han fijado, pero a mí don José Montilla i Aguilera me recuerda a Robespierre. Le ponen una peluca, una levita con una mancha de mostaza en la pechera y un busto de la diosa Razón en la mano, y uno se lo imagina en la plaza de la Concordia, contemplando el eficiente trabajo de la guillotina con un ojo, mientras el otro ojo supervisa que el verdugo no incumpla la normativa de seguridad e higiene en el trabajo. Y lo mismo que digo de don José Montilla i Aguilera, lo digo de los que despotrican contra el aborto sin detenerse a pensar un segundo en las circunstancias de las mujeres que deciden abortar. Trastorno bipolar se llama eso.

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