Visiones desde el Sur

Transparencia (II)

El cainismo existente en el Parlamento no solo es lamentable, resulta hasta grotesco

Decíamos que el Estado ha de garantizar a la ciudadanía una serie de derechos que están recogidos en la Carta Magna y la legislación que la desarrolla. Y que, al igual que los deberes de todo ciudadano -para con la sociedad- les pueden ser exigidos, incluso aplicando la coerción si fuera menester, los derechos deben y tienen que ser satisfechos, apoyados por iniciativas que han de emanar de los poderes legislativos de las estructuras que conforman el organigrama político que nos hemos dado.

Pero el fiel de la balanza existente entre la obligación inexcusable de los deberes de todo ciudadano para con el Estado, y la obtención de los derechos reconocidos en las leyes para los mismos, y que han de ser armonizados por los gobiernos, no proporciona la equidistancia que debiera; es decir, la balanza está inclinada, y bastante, hacia uno de los lados.

Hay quienes manifiestan, para explicar esta diferencia, que los derechos recogidos tienden al ideal, como si estuviéramos hablando de filosofía platónica; es decir, que los gobiernos intentarán cumplir -si pueden- con el derecho de todos al progreso social y económico, a la existencia de prestaciones sociales para quienes están en condiciones de necesidad -especialmente en situaciones de desempleo-, a la protección efectiva de la salud, al acceso a la formación y a la cultura, al disfrute de una vivienda digna y adecuada o a la suficiencia económica para todas las personas de la tercera edad.

Y esto no es así, ni mucho menos. Ya es hora de manifestarles a los líderes políticos de la Carrera de San Jerónimo, y a los ubicados en los parlamentos autonómicos, que estamos hartos de burdos emuladores de Maquiavelo o de Fouché -que tan bien fuera retratado por Stefan Zweig, verdad-.

Porque con el mismo rigor que se nos exige el cumplimiento de las obligaciones fiscales, por poner solo un ejemplo, hay que garantizar los derechos mínimos establecidos para todos en la Constitución española. Y no hay excusa alguna, no, ni siquiera "en tiempos de cólera", por citar al maestro García Márquez.

La crisis generada en el mundo por el Covid-19 es un tsunami imparable, de la que se hablará en los libros de Historia venideros, pero, por la misma razón, necesitaríamos líderes políticos que estén a la altura de las circunstancias y no los tenemos. El cainismo existente en el Parlamento en estos momentos no solo es lamentable, resulta hasta grotesco, para nuestra desgracia. (…)

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