El lanzador de cuchillos

La Transición en Martínmorales

La obra de Martínmorales desenmascara la violencia que hay detrás de todo poder

La Universidad de Granada acoge estos días la exposición La Transición en su tinta, que reúne 120 dibujos de los más de 15.000 que la viuda del dibujante Martínmorales, recientemente fallecido, ha donado a la prestigiosa institución académica.

En el catálogo se asegura -con razón- que la mejor crónica de la Transición española está en las tiras y viñetas de unos humoristas que aprovecharon la descomposición de la dictadura para conquistar a golpe de ironía y sarcasmo espacios insólitos de libertad.

La aprobación de la Constitución y la convocatoria de las primeras elecciones libres convirtieron a Paco Martínmorales en un referente de la sátira política que entró, por derecho propio, a formar parte, junto a los Mingote, Forges, Perich o Chumy Chúmez, del olimpo sagrado del humor gráfico español. En ese período histórico fundamental, Martínmorales derrama toda la acidez contenida -por razones obvias- hasta ese momento en su lapicero. Como ha escrito Alejandro Víctor, comisario de la muestra, "los suyos fueron quizá los chistes más mordientes de aquellos años transitorios en que los herederos del franquismo trataban de nadar y guardar la ropa y los partidos recién instaurados lidiaban con sus primeras contradicciones". Es la época de las conversiones exprés, aunque con reservas, como refleja la genial viñeta publicada en 1976 en la revista Por Favor -el intento más redondo e ideológicamente más comprometido de la prensa de humor de la Transición-, donde unos personajes que encarnan el prototipo de burócratas del viejo régimen sostienen una pancarta en la que se reclama "igualdad, libertad provisional y fraternidad". O aquellas otras, del mismo semanario, en que unos tipos de banda y chistera aprenden a escribir la palabra democracia en un parvulario para franquistas arrepentidos o se arrodillan, contritos, delante de una urna electoral.

La ingente obra de Martínmorales, de una singular radicalidad conceptual, desenmascara la hipocresía, los intereses desnudos y la violencia que hay detrás de todo poder. Para ello, ni siquiera precisa del humor. Sus dibujos, mudos o no, pueden ser caústicos o metafóricos, pero no buscan provocar la sonrisa, sino zarandear las conciencias. Es un púgil de pegada dura, no un cuentachistes floreado. Un Montaigne alpujarreño que se pasó media vida encerrado en su torre de Almegíjar, con un lápiz y un papel, para meditar sobre la condición humana... y dibujarla.

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