Editorial

Tragedia en el mar una vez más

MIENTRAS los ministros del Interior de los veintisiete países miembros de la Unión Europea debaten en Cannes el pacto europeo sobre la inmigración, elaborado por Francia y España, con la anuencia de Alemania, Salvamento Marítimo y el servicio correspondiente de la Guardia Civil rastreaban ayer las aguas del mar de Alborán, frente a las costas de Motril, en Granada, buscando a los catorce inmigrantes desaparecidos tras ser interceptada de madrugada la patera en la que se acercaban a la costa granadina. La embarcación, en la que viajaban 37 personas de nacionalidad nigeriana, había partido el sábado de Marruecos y, al ser detectada por un buque de Salvamento Marítimo e iniciar éste el acercamiento, paró los motores y volcó debido a las olas de cuatro a cinco metros que presentaba el mar. Los miembros de la patrulla se arrojaron a las aguas y lograron salvar a veintitrés de los inmigrantes, pero los otros catorce no aparecieron durante las horas siguientes y medios oficiales consideran bastante improbable encontrarlos con vida, incluso hallar alguno de los cuerpos. Entre ellos iban un menor y cuatro mujeres. Son las dos caras de una realidad lacerante, una gran tragedia de nuestro tiempo: los Estados europeos tratando de alcanzar, al fin, una política común sobre la inmigración masiva que están recibiendo desde hace años, y la muerte en el mar de los desesperados que, atraídos por el sueño de una vida mejor en el continente desarrollado, no dudan en ponerse en manos de los traficantes y someterse a toda clase de penalidades y peligros. Es previsible que con la llegada del verano las pateras y cayucos vuelvan a movilizarse en dirección a nuestras costas, puerta de entrada a Europa, a pesar del blindaje de las fronteras y los rigurosos mecanismos de control puestos en marcha. Ni la política más rígida que se está debatiendo, ni los acuerdos de repatriación con numerosos países africanos ni las campañas de información y selección ordenada de inmigrantes parecen suficientes para detener una marea que viene de la mano del hambre y la falta de horizontes.

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