Torra, como Gil

Como el alcalde de Marbella en los 90, el 'president' considera que el voto popular exonera de los delitos

A Pedro Sánchez le tembló el jueves su castillo de naipes. El Supremo mantuvo la suspensión como diputado del presidente catalán Quim Torra, dispuesta por la Junta Electoral, hasta tanto se pronuncia sobre su inhabilitación sentenciada por el Tribunal de Justicia de Cataluña. Esta decisión mueve los pilares del débil soporte gubernamental. Ahora el presidente del Gobierno tiene que decidir si visita y legitima a un dirigente autonómico suspendido por los tribunales. Un encuentro bilateral de igual a igual era la condición sine qua non de Torra para permitir que se inicie la Mesa de partidos pactada por PSOE y Esquerra. Y si no hay Mesa no hay Presupuestos Generales del Estado. Y si no hay PGE no hay Legislatura. Crudo asunto y nueva crisis institucional. La política española sigue empantanada en Cataluña.

Torra se ha declarado en rebeldía; ya lo hizo hace tres semanas cuando la Junta Electoral lo invalidó como diputado y presidente. Pero él, encantado de esta inmolación de baja intensidad, ha repetido lo mismo de entonces; que es diputado y presidente porque así lo decidió la ciudadanía y lo ratificó el Parlament. Y no reconoce ninguna otra autoridad. Ayer en RNE la portavoz de su gobierno repetía como un robot que la JEC no tenía autoridad ni competencias para inhabilitar a Torra… ¡Como si el Parlament hubiese tenido en septiembre de 2017 autoridad y competencias para hacer leyes de fundación de la república catalana, de desconexión con España o convocatoria de un referéndum de autodeterminación! La Junta Electoral ha requerido al Parlament que destituya a Torra como diputado. Y ahora se busca un subterfugio para que el president pueda seguir en el cargo aunque provisionalmente no sea diputado.

Jesús Gil, el gran precursor del populismo, la provocación y la poca vergüenza en la política española, ya descalificó a la democracia y la judicatura. Y también la única autoridad que reconocía era el voto del pueblo de Marbella. En las municipales del año 99 consiguió casi 100 concejales en una decena de municipios de la Costa del Sol, Ceuta y Melilla. Ya llevaba ocho años como alcalde de Marbella y le llovían las denuncias por diversos delitos. Pero le seguían votando y él interpretaba que eso lo exoneraba. Estaba estrenando dinastía, no necesitaba anteponerse una larga estirpe de diputados eclesiásticos o rectores de mancomunidades para calificarse el 131 presidente de una pretendida Generalitat ancestral. Pero en el fondo estaba diciendo en un lenguaje más tosco y soez lo mismo que Torra ahora. Así se enreda más aún el embrollo catalán.

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