Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Torquemada

Supongo que España es una teta demasiado gorda para renunciar a ella, aunque sea la teta de Torquemada

Ha resultado ilustrativo, al menos hasta cierto punto, seguir el asunto de la moción de censura en el contexto europeo. Mientras Rajoy hacía su propio seguimiento metido en un bar durante ocho horas y Pedro Sánchez culminaba su particular recreación del Ave Fénix hasta límites que muy pocos sospechaban hace unos meses, Italia vestía de largo su Gobierno abiertamente racista, capitaneado por quienes ven con buenos ojos la protección armada de las fronteras contra la invasión de los refugiados (sorpresa: las empresas líderes en la fabricación y venta de armamento son las mismas que reciben el encargo de parte de los países de la Unión Europea de construir y reforzar sus fronteras, con lo que el negocio es bien redondo). Francia, pendant, celebra el 50 aniversario del Mayo del 68 de nuevo en la calle, incluso bajo los mismos lemas, plantando cara al Macron que entrañó la última esperanza contra el racismo de Le Pen y que, a cambio, ha saqueado lo poco que quedaba del Estado de bienestar hasta dejar el cáliz bien apuradito. El continente se debate entre separatismos, populismos y los cantos de sirena de la extrema derecha (en algunos casos, incluso, las sirenas ya han echado mano al timón). En España sabemos bien de qué va todo esto, pero ahora hemos tenido una moción de censura. Casi nada.

Y sin embargo, la única palabra que se me viene a la cabeza para describir el proceso es normalidad. Resulta que en la España medieval, retrógrada, carpetovetónica y antiguotestamentaria que pintaban algunos, como si Torquemada mantuviera aún bien aferradas las riendas, hemos asistido a una situación inédita en la que la derecha ha sido apeada del Gobierno a cuenta de su corrupción por un partido que no dispone de suficientes apoyos para gobernar y no ha pasado nada. Los que llegan han prometido bonanza y los que se van tormenta, como siempre que hay elecciones, que en este caso no han hecho falta. Incluso los que veían a Torquemada por todas partes, los garantes de la leyenda negra y sus efluvios, han entrado en el juego buscando su provecho propio (ya sabíamos que nacionalismo es igual a insolidaridad), como siempre; pero habrá que ver en qué medida el provecho propio no se convierte en estabilidad para todos siempre que Sánchez sea capaz de darle la vuelta a la tortilla. Supongo que, al final, España es una teta demasiado gorda como para renunciar a ella. Aunque sea, ya ven, la teta del mismísimo Torquemada.

A partir de ahora esto va de sables, desde luego. Pero igual hay aquí una sociedad más madura de la que dice el cuento. Ojalá.

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