Suena pretencioso eso de pensar que estos tiempos son especialmente convulsos, o que esta era se enfrenta a retos nunca vistos, enormes por su magnitud y complejidad. La Historia está llena de complejidades. Pero desde nuestra pequeñez es posible que sintamos que lo que tenemos por delante es inabordable. En eso que se ha dado a llamar Choque de Civilizaciones, o Alianza de Civilizaciones, según el optimismo que tengamos, hay un elemento de fondo que me llama la atención, como dos formas de enfrentarse a la vida.

Están por un lado las personas que van moviéndose, emigrando, normalmente huyendo de países en conflicto, del hambre, de sociedades quebradas, son personas que aspiran a una vida mejor, que sueñan para sus hijos e hijas una vida mejor que la de ellas. Tienen paciencia, se quejan poco, se adaptan, improvisan. Avanzan. Luchan por tener oportunidades, por rebañarle a las sociedades a las que llegan un trozo. Su miedo es no avanzar, no moverse. Y enfrente hay otro montón de personas que no se mueven, que ya tienen un presente de oportunidades, bienestar, comodidades, incluso lujos. Viven en entornos amables y quieren quedarse, quieren disfrutar de todo eso, conservarlo, traspasarlo a su descendencia. Pero, al contrario que sus ascendientes, tienen la incómoda sensación de que el futuro que dejarán a sus descendientes será peor, en muchos aspectos: climático, económico, político, social… Su miedo es no permanecer, retroceder.

Ya sabemos que el miedo es un potente movilizador social. Nuestro comportamiento viene condicionado por nuestros miedos. Y esos dos miedos tan distintos, el de no moverse y el de no permanecer, hace que, a veces, dos personas puedan ser tan diferentes. Y que sea tan difícil del diálogo, el entendimiento, la empatía. ¿Cómo ponerse en el lugar de esa persona que viene huyendo de un país para alojarse en el yo considero mío, y que viene soñando sueños distintos? ¿O cómo entender a esa persona que me cierra sus puertas, sus fronteras, porque quiere conservar sus privilegios, su pequeña parcela del mundo, al margen del sufrimiento de otros muchos? La forma en que gestionemos esos miedos va a determinar el futuro del planeta. Va a determinar los conflictos, las víctimas, las tensiones. No vamos a dejar de tener miedo. Pero sí podemos decidir qué hacer con esos miedos. Estos tiempos son especialmente convulsos. Lo nunca visto.

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