la tribuna

Manuel Ruiz Zamora

Tentaciones antisistema

VIVIMOS en un país tan exótico que uno puede encontrarse en la prensa un panegírico de las posiciones antisistema firmado por un profesor de Derecho. Cuando se habla de antisistema alguien podría pensar que se habla del sistema democrático, pero no: en su Tribuna El enemigo, el antisistema (Grupo Joly, 29/02/2012), el profesor Rafael Rodríguez Prieto aclara que "antisistema son los que denuncian un sistema en que se especula con los alimentos mientras se empobrece o se mata de hambre a la gente. Antisistema son los que se niegan a aceptar que todo se limite a una cosa o el Apocalipsis; aquellos que creen en una democratización de la economía y en una participación real y profunda de los ciudadanos. Antisistema han sido siempre aquellos que en la historia se han rebelado contra sistemas totalitarios y destructivos de lo humano". Antisistema, podríamos añadir nosotros, son, principalmente, los que mezclan churras con merinas.

El mismo día en que el profesor Rodríguez Prieto publicaba su apología de las reglas del juego democrático, Barcelona ardía en llamas gracias a los que consideran, tal vez, que nuestra democracia es "un sistema totalitario y destructivo de lo humano" o a los que piensan simplemente que no es "una democracia con participación real y profunda de los ciudadanos", aunque muchos aún estemos esperando que alguien nos explique con detalle cómo y en dónde se sustancia esa fórmula mágica de representatividad ideal. Si lo mejor es enemigo de lo bueno, lo ideal ha sido siempre el ariete del que se han servido los enemigos de la democracia efectivamente real.

Por supuesto, el profesor Rodríguez Prieto aducirá que el concepto con el que jugaba en su artículo dejaba fuera cualquier actitud que no fuera escrupulosamente "cívica", lo cual nos lleva a una de las contradicciones más divertidas en las que suelen incurrir los teóricos antisistema: apoyan todo tipo de acciones callejeras, siempre y cuando discurran... dentro de un orden. Sea como fuere, un profesor de Derecho debería saber que lo cívico es, única y exclusivamente, aquello que se adecua a las leyes que libremente se han dado los ciudadanos de la polis. Que un grupo de individuos se apropie unilateralmente de las calles o que extorsione el tránsito del resto de la ciudadanía podrá considerarse pacífico, si es que queremos darle al término una significación vaga, ya en sí discutible, pero lo que no es, desde luego, es algo cívico.

En cualquier caso, la virtualidad más productiva que proporcionan este tipo de artículos consiste en poner de manifiesto unas tendencias que, por ser cada vez más generalizadas, comienzan a resultar preocupantes para la consistencia política de nuestro sistema democrático. Entiéndanme bien: cuando se habla de antisistema no sólo nos estamos refiriendo, como inconscientemente asume el profesor Prieto, a la gloriosa épica callejera de la izquierda radical, sino también a la de una ultraderecha posfranquista que, aunque hibernada de momento, no desdeña las posibilidades de pescar en las aguas revueltas que le ofrece el implacable descrédito al que están siendo sometidas las instituciones democráticas.

Carl Schmitt, querido profesor, era también un antisistema que hizo inestimables contribuciones para echar abajo la República de Weimar. Y aquí llegamos a lo que podríamos considerar como el inquietante centro neurálgico de este tipo de actitudes: la épica que un antisistema de un signo concreto encuentra en el radicalismo de sus posiciones es inversamente proporcional a las que contempla en las de otro antisistema de signo contrario, de ahí que la forma en la que suelen dirimir sus diferencias sea, en el mejor de los casos, zurrándose lindamente la badana en medio del espacio público.

Por todo esto, resultaría literalmente suicida que la izquierda de este país, después del incontestable varapalo sufrido en las últimas elecciones, y tras la inanidad teórica mostrada en su último congreso, se dejara seducir por los réditos inmediatos que puedan reportarle los coqueteos con las actitudes antisistema, que ya tuvieron sus prolegómenos en el circo del Sol del 15-M, en vez de apostar, como están pidiendo a gritos los sectores más progresistas de la sociedad, por lo que Hegel llamaba el "difícil trabajo del concepto".

Si la izquierda quiere recuperar a un electorado que languidece en el limbo del escepticismo o que se ha pasado coyunturalmente a la derecha, tendrá que plantear no menos, sino más sistema, un compromiso más decidido con esta primera democracia real que hemos disfrutado y, desde luego, más respeto institucional. La salida a nuestros problemas no se encuentran fuera del sistema, sino trabajando inteligentemente dentro de él.

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