Teatro

Jurar por España es tan ridículo como hacer una ampulosa declaración de lucha contra la transfobia

La política siempre ha tenido un elemento teatral, pero desde hace unos años la sobreactuación se ha apoderado de nuestra vida política. Es como si nuestros políticos fueran actores de La venganza de Don Mendo, ataviados con una armadura de plástico y proclamando a los cuatro vientos unas verdades absolutas -la movilización antifascista, la defensa de la civilización occidental- que enseguida quedan desmentidas por los decorados de cartón piedra. A todos nos iría mejor si nuestros políticos -y políticas- se limitaran a ser buenos gestores (grises, honestos, comprometidos con el bien común) en vez de pésimos actores que se han ganado una candidatura a los premios Razzies, los anti-Oscar que premian a los peores actores del año.

Lo digo porque esta semana los diputados de Vox han jurado sus cargos en el Parlamento Andaluz haciendo un pomposo juramento "por España". Vaya por Dios: ya salió el atrezzo apolillado de La venganza de Don Mendo con sus espadas de madera y sus armaduras de cartón. La cosa sería risible -y lo es- si no fuera porque la izquierda podemita y los nacionalistas etnicistas, desde el otro lado del espectro político, llevan años prometiendo su cargo "por imperativo legal" -como si fueran minorías oprimidas o privadas de sus derechos-, o haciendo también pomposas referencias -así lo hizo Teresa Rodríguez- a luchar "contra la xenofobia, la transfobia, la homofobia y el machismo". Caramba, cuántas promesas. ¿Y por qué no seguir con la claustrofobia, la hidrofobia, la aracnofobia? Ya puestos, ¿para qué parar?

Jurar por España es tan ridículo como prometer el cargo haciendo una ampulosa declaración de lucha contra la transfobia. España es una realidad simbólica que significa lo mismo que Cataluña o Andalucía o Palomeque de Arriba o la Federación Internacional de Petanca. España no paga las pensiones ni la sanidad pública, como tampoco las paga la lucha contra la transfobia (un tema, por cierto, del que no paran de hablar en el autobús). Quien paga las pensiones y los hospitales públicos es el ordenamiento jurídico que nos hemos dado, con sus impuestos y sus funcionarios y sus leyes y sus normas. Por favor, señorías, quítense ya el disfraz de Don Mendo o de hipster vegano que canta Mi padre es un elfo, que ya son ustedes mayorcitos. Y hagan el favor de dejar el pésimo teatro.

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