Talibanes

La segunda proclamación del Emirato Islámico amenaza sobre todo a los propios afganos

Dicen los conocedores de su historia que los límites de Afganistán, una nación relativamente reciente que ha enfrentado la dominación de sucesivos imperios, se basan en divisiones un tanto arbitrarias, derivadas de su milenaria condición de tierra de frontera. Ya en la época del Gran Juego, según la expresión popularizada por Kipling para referirse a la disputa de las potencias decimonónicas por el Asia Central, el país era considerado un estado tapón entre rusos y británicos, que trataban de extender sus respectivas áreas de influencia. Nunca lo lograron del todo y las razones de entonces no han perdido actualidad. El relieve montañoso, la compleja diversidad étnica, las rivalidades tribales y la proverbial belicosidad de los habitantes, agrupados en facciones enfrentadas que no han dejado de guerrear desde hace medio siglo, hacen muy difícil el control de un territorio fragmentado donde el poder central apenas llega a unas pocas regiones. Sin pasar por alto lo que tenía de autodefensa nacional, la resistencia a la invasión soviética tomó el significado -bien expreso en el caso de los muyahidines, patrocinados por Pakistán y Arabia Saudí con el fatal apoyo de Estados Unidos- de una guerra santa que está en el origen del renacimiento del integrismo a finales del siglo XX. El último escenario de la Guerra Fría, conflicto abierto en este caso, se saldó con una humillante retirada que no por casualidad coincidió con la disolución de la URSS. Los veteranos rusos les advirtieron a los estadounidenses -si la apresurada evacuación de los segundos evoca estos días la huida de Saigón, era habitual en los ochenta aludir a la desastrosa guerra ruso-afgana como un nuevo Vietnam- de las dificultades para vencer sobre el terreno a combatientes tenaces e hipermotivados. Veinte años después, la infructuosa intervención militar de Estados Unidos y sus aliados nos devuelve al inicio, con la acelerada reconquista del poder por los talibanes. Los analistas explican los motivos del fiasco y el fundado temor a las consecuencias, incluso si fuera cierto que se han vuelto más moderados y pragmáticos. Porque al margen de la importancia geopolítica de la región, del nuevo gran juego en el que ahora, sin contar a los renuentes norteamericanos o a los emboscados árabes del Golfo, compiten Pakistán, India, Persia, Rusia y China, la segunda proclamación del Emirato Islámico amenaza sobre todo a los propios afganos, especialmente a las mujeres y las niñas. El infausto recuerdo del quinquenio en el que gobernaron, esclavizando a la población con medidas de una crueldad extremada e insólita, deja en un segundo plano las consideraciones de estrategia.

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