Superhombres

El desprecio de la compasión o la condena del altruismo son propios de gente mezquina e insensible

Parece que entre las no demasiadas referencias intelectuales, por así llamarlas, que nutren a los airados ideólogos de la llamada derecha alternativa en Estados Unidos, figura nada menos que Ayn Rand, la pintoresca autora de unos farragosos best-sellers que hicieron furor hacia el medio siglo pasado -en casa estaban las populares versiones españolas de la colección Reno- y no han dejado de ser admirados por los militantes anarco-liberales, una variante típicamente norteamericana del credo libertario que abomina del Estado a la vez que celebra el capitalismo en su encarnación más desinhibida. Recordamos haber visto, hace ya demasiados años, la grandilocuente película de King Vidor en la que el arquitecto protagonista de El manantial, inspirado en Frank Lloyd Wright e interpretado por el siempre elegante Gary Cooper, daba vida al orgulloso héroe de la novela, un visionario que defiende su autonomía creadora hasta las últimas consecuencias y se enfrenta a las convenciones que en el enfático discurso de Rand guían a los subordinados, los mediocres y los corruptos. "El ego del hombre es el manantial del progreso humano", dice la frase de la que está tomado el título -fountainhead en la hermosa palabra inglesa- y valdría como divisa del pensamiento de la escritora, cuyo ideario radicalmente individualista ha atraído desde hace décadas a los liberales más despendolados. Si sólo se aplicara a los artistas, en tanto que superhombres excepcionales, la filosofía más bien pedestre de Rand sería un subproducto inocuo y romanticoide de vaga inspiración nietzscheana, no en vano el acuñador de la voluntad de poder fue una de las tempranas influencias de la narradora y ensayista, que luego se apartaría de su predecesor pero denunció como el gigante alemán la moral perversa del cristianismo. En la práctica, sin embargo, el desprecio de la compasión o la condena del altruismo son propios de gente mezquina e insensible, supuestamente bendecida por el talento y predestinada al éxito, que de acuerdo con la cosmovisión objetivista de Rand -en su caso atea, pero no muy distinta a la de ciertos cristianos que de tales sólo tienen el nombre- se mide en fajos de dólares. Pierden las naciones cuando los conservadores renuncian a su tradición para abrazar una nefanda mezcla de darwinismo social y retórica patriotera, ajena a los valores humanistas y a los propios principios liberales, que no se oponen en absoluto a las herramientas igualadoras de las sociedades modernas. La experiencia nos demuestra que son precisamente los mediocres los que reivindican esas ideas extremas para justificar sus modos despiadados y autoritarios.

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