Antonio Gálvez es uno de los grandes de la fotografía del siglo XX. Es singular además por su maestría en la doble vertiente de la pintura y la fotografía, hasta el punto de decir "la cámara es uno de mis pinceles". Huelva y Sevilla, en el marco del Otoño Cultural Iberoamericano (OCIb), han recibido en los últimos años muestras de su talento enfocado a tres figuras cumbre del arte: el argentino Julio Cortázar, el aragonés Luis Buñuel y el chileno Pablo Neruda. La imagen de sus rostros, los gestos que traducían los rasgos del carácter que les hizo únicos, nos son revelados por los retratos de Antonio Gálvez, artista catalán, español y universal. Hoy, culminada una brillantísima trayectoria, es el momento de mostrar, con perspectiva suficiente, su obra acabada, redonda. Así lo ha entendido el Instituto Cervantes, en colaboración con el OCIb, incluyéndolo en la cuidada selección de fotógrafos iberoamericanos, que desde su presentación en Huelva viajarán a diversos centros Cervantes del mundo. Se inició el pasado otoño con Errancia y fotografía. El mundo hispánico de Jesse A. Fernández y continuará con Antonio Gálvez y Mis amigos los cabezones, una impresionante galería de personajes con los que se relacionó en su etapa parisina. Con este fin nos hemos reunido en su casa de Barcelona con Juan Manuel Bonet, director general del Instituto, y Andrés Sánchez Robayna, comisario de la exposición.

Más allá de las tareas de organización, he vuelto a disfrutar de la hospitalidad de Antonio y Geneviève en su ático barcelonés. Han sido dos días impregnados con el relato apasionado de una vida marcada de forma indeleble por los horrores de nuestra maldita guerra, incivil como la que más, la estancia en un campo de concentración francés y las penurias que provocaron la muerte de su propio hermano. El deseo de superación llevó al joven Gálvez a dejar una vida profesional, bajo el signo de la dictadura, que ahogaba sus anhelos profundos, para abrirse camino, a costa de mil esfuerzos, en París, capital cultural del mundo. La época de las penalidades finalmente pasó, pero su huella permanece en una obra genial, que se pone al servicio de la crítica inmisericorde de la injusticia dominante. Así es una parte esencial de su creación y así es Antonio Gálvez, que no sabe de paños calientes y que me ha sumergido por unas horas en su mundo: un mundo duro, incómodo, auténtico, sin concesiones.

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