Dice Manuel Valls que la socialdemocracia ha muerto, y el ex primer ministro francés tiene razón. Pero no hay que ser un genio para darse cuenta de que comenzó a agonizar hace años y no se tomaron medidas, ni se asimiló. ¿Quién iba a querer que la socialdemocracia falleciera? ¿Quién iba a pensar que lo haría sin dilación? La eficacia económica no necesita ir de la mano de la democracia, como defendemos los europeos. Dice Valls. Y si hurgamos un poco en esta Europa actual plagada de errores descubrimos el auge del populismo de extrema derecha y de izquierda, el Brexit, el absolutismo en gobiernos como Polonia o Hungría, las tensiones permanentes e inacabables con Rusia o Turquía, la crisis de gobierno actual de Alemania, o la amenaza terrorista muy presente. Nos estamos blindando para la Navidad, nuestras calles, los centros comerciales. ¿Qué le pasa a Europa?

Dice Valls que Europa tiene que encontrar otra vez un proyecto. Un proyecto común. Esa idea de hacer balanza ante Estados Unidos ya es historia, y lo es porque en Estados Unidos también agoniza el Partido Demócrata. Estamos ante una crisis global. Pero, centrándonos en Europa, es evidente que el viejo continente ha perdido competitividad, tanto social como ideológica. Los jóvenes se han cansado de las palabras, de los actos, de la burocracia. Los jóvenes, esta generación de imagen y tecnología, buscan flashes, luces ante un futuro incierto. Nos hemos cansado de la palabrería y de las viejas glorias. Y como se fomenta la violencia y el odio, eliminamos el sentido común de nuestra mente.

Ayer los taxis de España estuvieron de huelga. Tan solo funcionaron para urgencias médicas y casos de movilidad reducida (llamé a una emisora para comprobarlo). Los taxistas no quieren enterarse de que hay que cambiar, como Europa, que deben encontrar un nuevo proyecto que sea capaz de convencer al usuario. Las cosas no son ni serán porque han sido. Las cosas son porque convencen. ¿Se han puesto a pensar por qué existen Cabify o Uber? ¿Lo han analizado?

El mundo avanza a un ritmo vertiginoso y no podemos quedarnos mirando y cruzados de brazos. Fíjense, avanza tan rápido que las noticias que leemos, que escuchamos, que observamos, tan solo se refieren al primer mundo. El tercer mundo ha dejado de interesar. Y en el tercer mundo se siguen muriendo millones de personas de hambre. Pero se ve que no interesa, que sigue sin interesar. Recuerdo a Stanislaw Lem. Pero eso será otro día.

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