Tengo la convicción de que las fronteras son un concepto negativo, cuya función es separar a los pueblos. Su utilidad pudo justificarse por el establecimiento de barreras para frenar la agresividad de los vecinos. Así mismo permitían a las clases que dominaban la sociedad, aliadas con los señores de la guerra de la época, acotar los territorios sobre los que ejercían su autoridad, cobrando impuestos, de buen o mal grado, a los siervos, que además eran carne de cañón en sus batallas. Nada más opuesto al ideal de solidaridad, que considera que todos los seres humanos forman parte de una gran familia e incluso son hijos de un mismo Dios. Además, en la Europa Occidental de hoy, setenta años después de la última gran guerra, la idea de frontera con fines defensivos resulta totalmente obsoleta. De hecho, la libertad de circulación entre estados de la Unión Europea las hace invisibles.

En un mundo globalizado parece más lógico apoyar las tendencias integradoras frente a las disgregadoras. Pero entonces ¿por qué casi la mitad de los votantes de Cataluña desean separarse de España? Quizá una clave se encuentre en estas palabras de la británica Mary Beard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016: "Hay personas que no están en capacidad de identificar a dónde pertenecen, ni tampoco el motivo exacto. El tema de la identidad en el mundo global tiene que ver con cómo enseñamos la historia. Y también creo que estas ansiedades sobre la identidad son propiciadas, explotadas y manipuladas por alguien, por un poder interesado en crear ese fenómeno".

Los que hoy defienden el referéndum argumentan que el derecho a decidir, la soberanía -se supone que la parte que no hemos cedido todavía a Europa-, no corresponde al conjunto de los españoles, sino que se circunscribe al pueblo catalán. Si son coherentes deberían admitir que en una hipotética Cataluña independiente, también poseerían el derecho a separarse los habitantes, por ejemplo, de la Costa Brava; ¿y por qué no iba Sitges a reclamar su propia existencia independiente? Desde un cauteloso optimismo, confiando en que prevalezca el buen sentido, espero que, tras esta etapa de turbulencia, las aguas se encaucen a través de un diálogo que permita a cada Comunidad desarrollar su singularidad manteniendo los lazos, que no ataduras, que hagan de nosotros una nación de ciudadanos equiparados en derechos y obligaciones.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios