Hoy, este domingo de Pentecostés, finaliza la Pascua. Uno de los días más celebrados del año, no precisamente porque conmemora la llegada del Espíritu Santo, sino porque es el "domingo del Rocío". Ese día de la Santa Misa en la explanada de la aldea, en el que las Hermandades rinden honores a la Blanca Paloma y se comparte comida y guitarra en honor a la Señora. Ese día que una maldita pandemia ha intentado borrar de la historia rociera, sin éxito. El pasado jueves ya se lanzaron cohetes avisando de la misa de las 8, consiguiendo un simulacro de salida rociera casi perfecta.

Por la noche, los "más jóvenes del lugar", saltarán, gritarán, bailarán y se emborracharán más interesados en hacer creíbles las manifestaciones de júbilo que ostentan, que lo que verdaderamente sienten. No es muy complicado concluir que, sin que ellos sean conscientes, las juergas nocturnas solamente ocultan un desesperado intento de ignorar la tragedia que vivimos. Al final, la diversión se queda en un simulacro de festorro, en un desesperado intento de normalidad. Algo parecido a lo que ocurre con esas "fiestas-piloto" que, entrando en el ridículo, se convierten en un cuidadoso ensayo de primeros conciertos con escaso y disperso público que, amordazados con mascarillas, fingen emoción. Otro simulacro.

Se visitan museos y exposiciones en versión on line, dando imaginarios paseos y admirando obras de arte que, difícilmente, llegan a conmover a través de una pantalla. Por otra parte, se come fuera de casa, adornados con una mascarilla como collar, y autoconvenciéndose de que cumplen los protocolos de seguridad. Mientras se van deteriorando las relaciones, especialmente aquellas que no están bien arraigadas, y a medida que transcurre el tiempo se va olvidando a esos "amigos" que sin saber muy bien cómo, van desapareciendo de los contextos de siempre.

Y es que la vida se ha convertido en un escenario gigante con atrezos exclusivos de mascarillas y geles en el que, sin ni siquiera ser conscientes, se van representando situaciones tan deseadas como añoradas. Mal vamos si no se asume que la realidad en la que nos encontramos inmersos, solo es una performance y, además, mal interpretada. Mal vamos si olvidamos que la visita a una ermita sin Virgen o las celebradas borracheras nocturnas o las exposiciones admiradas en pijama no es lo que se espera. Son sólo simulacros perversos que "engañan al hoy esperando al mañana", decía Calderón de la Barca. Un mañana que se acerca.

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