Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras". Sin embargo apremiamos a nuestros gobernantes que sean lo más locuaces lo más expresivos en circunstancias en que debieran ser más comunicativos y trasparentes, como exige un Estado de Derecho, una democracia pura que nada oculta cuando se trata de temas de inequívoca trascendencia para la ciudadanía,. Es precisamente ahí donde suelen fallarnos los responsables de la gestión política, como comprobamos en muchos de los casos planteados en nuestro actual devenir político. Un ejemplo surge de inmediato en esta coyuntura que vivimos con preocupante intensidad e incertidumbre. ¿Sabemos el contenido exacto, todos los puntos, que se tratan o trataran en las famosas conversaciones o encuentros entre el gobierno de la Nación y el de la Generalidad catalana sea mesa de diálogo o de negociación? He ahí la clave del enigma que el ciudadano desconoce y cuya ignorancia parece de la menor trascendencia cuando se trata de un tema crucial que el gobierno, según sus planes de permanencia en el poder, parece plantearse "as calendas grecas". Un silencio cómplice ¿o no?

Joseph Goebbels, siniestro ministro de Propaganda del gobierno de Hitler aseguraba que la propaganda era más eficaz cuando se manipulaba antes a las masas. Muchos de nuestros políticos, aunque ignoren esto, lo practican habitualmente. Y el resultado es toda esa sarta de declaraciones, discursos, promesas y bravatas, para aplacar, contentar o acallar a los ciudadanos. Muchas jamás se cumplen o se demoran hasta lo indecible. En ello no sólo incurren los que gobiernan en los distintos estamentos de la administración pública sino también la oposición, que por ineficacia, falta de estrategia o pura torpeza no responde a las expectativas de sus electores. Ni el silencio ni la discreción juegan sus mejores bazas, sino la excesiva verborrea, el discurso fácil, la alharaca gratuita, la indiscreción y la crispación se prodigan. Y cuando se desbocan las emociones, las tensiones, la cordura brilla por su ausencia. Pero no todo silencio es bueno. Hay silencios que matan. Lo dijo una vez el que fuera presidente de Francia, Nicolás Sarkozy: "Le silence tue". Más tarde supimos cual era su silencio.

Silencio que debió seguir el presidente Sánchez cuando dijo: "Hemos vacunado a todo el mundo y no hemos preguntado su origen, ni su creencia, ni que votaban", impropio del presidente de un país democrático. O cuando afirmaba: "Creo que entre todos tenemos que hacer la pedagogía de que la luz no la pagamos todos los días, la pagamos al mes". O cuando la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, vinculaba la explosión y catástrofe del volcán de La Palma con un "atractivo turístico", que tuvo que apresurarse a rectificar. Y hablando de silencios vigentes y sospechosos, entre tantos, está el 'caso Ghali', por el que se investiga si el líder del Polisario entró en España en connivencia con el Gobierno con documentación falsa.

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