Siempre igual

Miles de años atrás, nuestros ancestros corrieron toros por esta tierra que hoy pisamos nosotros

Las Colombinas son como el centro del centro del verano. El núcleo duro de este tiempo transcurre de quince a quince, de julio a agosto, de la Virgen a la Virgen. El verano alcanza su velocidad de crucero entre el Carmen y la Virgen de Agosto. Y a mitad de este vuelo aparecen las Colombinas. Parece como si Colón, y su onubense tripulación, hubiesen pensado que salir de Palos en el epicentro del verano les llevaría en alas de misteriosas fuerzas que los iban a dejar sanos y salvos en una playa dominicana una mañana de octubre. Y así fue. Y con las Colombinas, como casi cualquier fiesta patria que se celebra a la sombra o al sol del fuego estival, vienen los toros. En toda la geografía nacional aparecen infinitas localidades en las que fiesta es sinónimo de correr toros, de ver toros, de parar, mandar y templar toros, de citar al minotauro con un trapo y dibujar suspiros y sueños en la tarde tórrida. Es la cita anual con una ceremonia, con una liturgia que, soterradamente, mistéricamente, nos lleva a muchos siglos atrás cuando aquellos toros, estos toros, corrían por los campos de Tharsis, en los dominios de Argantonio. Miles de años atrás, nuestros ancestros corrieron toros por esta tierra que hoy pisamos nosotros.

Hoy mantenemos un ritual que el tiempo ha modificado pero que permanece en su esencia. Mirar atónito al imponente animal, al poderoso cuadrúpedo, sigue siendo igual. El deseo irrefrenable de medirse con él en una danza, unos movimientos, un juego de pies y manos que solo los dioses entienden, también sigue siendo igual. Siempre igual, semper idem que decían los sabios patricios romanos. Sentir que las afiladas espadas que enseñorean su testuz van y vienen por tu cintura es algo reservado a la casta sacerdotal de los toreros. Sólo ellos están cada tarde más acá y más allá de la línea de sombra que separa la vida de la muerte. Un torero puede hablar siempre de una gloriosa faena para hacérsela entender a los humanos, pero nunca podrá explicarla en su integridad, siempre hay algo que sólo pueden comprender los que como él se han asomado alguna vez al otro lado de esa línea que separa el aquí del allí. Muchos genios de las letras, la pintura o la música se han sentido atraídos por ese misterio, por esa liturgia que nos une con nuestro ayer y con nuestro siempre. Recuerdo, hoy y aquí, al entrañable García Lorca, alma sensible donde las haya, que comprendió perfectamente de qué va esto de los toros. Para él, el toreo era y es "la riqueza poética y vital de España, la fiesta más culta del mundo". Y la Cultura de un pueblo es siempre su forma de estar en el mundo, en la vida, en la historia. Ni más ni menos.

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