Visiones desde el Sur

Sentido común

Marionetas de nuestra inconsciencia y de un mundo hecho a la medida de unos pocos

Apesar del río de noticias que nos desborda y nos mantiene en la incertidumbre -jamás esperada, que tiene guasa si lo pensamos un poco-, respecto a las devastadoras consecuencias que el coronavirus está generando en el mundo y la situación en que tras el paso del mismo, que pasará, van a quedar decenas de millones de personas, cientos de miles de pequeñas y medianas empresas arruinadas o gobiernos endeudados hasta las cejas…, para un columnista, si es consciente de su deber, escribir sobre esta pandemia de un día para otro, tal como ahora lo hago para que usted lo lea mañana en la edición impresa, teniendo en cuenta la velocidad con que se mueven los aterradores números de afectados y de muertos, resulta realmente difícil.

No obstante, ese es nuestro deber; por un lado, infundir esperanza y por otro mirar algo más allá del instante en que transitamos.

Pero, volvamos atrás, a la génesis del asunto. Porque ahí, y justo ahí, es donde radican todos los problemas por los que atravesamos en estos momentos y desgraciadamente, también, las drásticas consecuencias que se derivarán en el futuro inmediato para las personas, los bienes y las estructuras económicas del orbe.

La aldea global ha explotado como una ilusoria pompa de jabón. Nada hemos aprendido de la Historia. Nuestra vanidad -que procede de una nefasta formación, en donde ha primado más la adecuación del conocimiento a propuestas economicistas que a humanistas, olvidando las necesidades del ser y subyugándolas al estar-, como personas y como pueblos, se ha esfumado en un santiamén. ¡Pluff! No somos nada: conejos asustados escondidos dentro de su madriguera, gobernantes incluidos. Pero todos, en cualquier lugar del mundo, que es lo que nos hace temblar aún más. Y, para colmo de males, a pesar de nuestra absurda vanagloria, nos coge sin los deberes hechos. Porque, claro, nadie había pensado que tal cosa nos pudiera ocurrir.

No disponemos de planes de contingencias ni de recursos humanos y materiales suficientes, esa es la triste realidad; para nada nos valen las bombas atómicas o nucleares; tampoco las banderas ni las fronteras o si somos ricos o pobres; nada alivia siquiera el lugar en que nacimos, da igual. ¡Pluff! Marionetas de nuestra inconsciencia y de un mundo hecho a la medida de unos pocos, que, curiosamente, algunos de ellos, también serán barridos por el vendaval. Y todo, por falta de sentido común: Hay que repensar el mundo de nuevo.

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