Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

'Satisfyer' de mi vida

El artilugio del placer femenino mandará al paro sexual al roncador que va a su alivio antes de darse la vuelta

La contención es un pilar de la convivencia ente personas que está siendo golpeado con la tremenda bola de derribo de las costumbres que es internet con sus corros remotos. Quien no te ve la cara insulta o se guasea de otros con un desahogo y una mala leche que no tendría narices de replicar frente a una cerveza. Sin embargo, la trinchera de la pantalla puede que tenga efectos benéficos para quienes no son francotiradores en pijama, ni cobardes con el píloro repleto de cristalitos. Por ejemplo, para tímidos y tímidas que, con la ayuda de una web de contactos, se evitan tener que salir de cacería de amores pasajeros o para siempre, y encima se encuentran el ganado segmentado según sus preferencias, a la vez que eliminan encantadores de barra que a la postre serían parejas indeseables. El solipsismo que propicia la red también ha dado vidilla de ocasión a gente sin gancho o perezosa, y bien puede ser que detrás de esta eclosión onanista se esté cociendo un nuevo ingrediente del mundo de soledades interconectadas, y un arrumbamiento del "en tu casa o en la mía", con sus pieles en contacto y su melancólico cigarrillo post coitum. Por ejemplo, con un satisfyer (satisfactor no es buena traducción, suena a pirámide de necesidades de Maslow), artilugio de la caricia perfecta para el centro femenino del placer. De arrolladora moda. Quién quiere hombres, habiendo satisfyers como claveles.

La semana pasada una mujer creyó robar no sé qué cosa y al final, al abrir su botín, lo que había robado era una partida de satisfyers. Decidió marcarse un Robin Hood entre sus allegadas: "A consolarse, comadres, vamos al empoderamiento por el gozo: lo que os doy es lo último; toda la que lo ha visto vuelve, vuelve llena de amor, hasta las maduras de tradición y precepto". Tanto éxito está teniendo que adonde puede que no vuelvan los deseos de muchas es a un hombre, de lo eficacísimo que es el aparato. Una especie de maquinilla de recortar barbas manda a los albañiles al propio dígito. Y al paro también el archiconocido roncador que va a su alivio antes de darse la vuelta, o está en el sinvivir de incertidumbre sobre su desempeño como amante. Por no hablar de la rutina fatal. El satisfyer es otro paso hacia adelante en el universo de soledades unidas por sus pantallas táctiles. Regalarlo se ha puesto de moda: algunas singles se vuelven apóstoles de la versión evolucionada -ya orientada hacia quid de la cuestión- del consolador, y venden entre las comprometidas las virtudes del satisfyer con pasión de gladiadora de la Thermomix.

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