Samuel y posdata

Todo aquel odio que se desencadenó aquella noche no surge de la nada

Se van aclarando las circunstancias del asesinato de Samuel. Y sigue pareciendo un crimen homófobo. O si prefieren: un crimen con muchos matices homófobos. Un grupo de jóvenes, algunos de ellos menores, golpearon hasta dejarlo inconsciente y moribundo a otro joven, mientras gritaban "maricón". Llevaron su odio hasta el extremo: ejecutaron un linchamiento con resultado de muerte. Ahora el aparato policial y judicial tendrá que hacer su trabajo, pero creo que también la sociedad en su conjunto tiene tareas pendientes. Porque todo ese odio que se desencadenó aquella noche no surge de la nada, y si no queremos que el odio se empodere entre nosotros y nos destroce tenemos la obligación de localizarlo, entenderlo, enfrentarlo y desactivarlo.

Localizarlo. Y saber si ese odio es una cosa de jóvenes, alimentado en las redes, si forma parte de rituales de pertenencia al grupo, a la manada. O si es un odio aprendido en los hogares, transmitido de padres a hijos. Porque en alguna parte esos jóvenes han aprendido a odiar. Alguien los ha enseñado y los ha consentido.

Entenderlo. O intentarlo al menos. Saber las razones para odiar, por qué se sienten amenazados por lo que ellos entienden que es una minoría. Entender como estas generaciones tan jóvenes han desarrollado una intolerancia tan vieja, tan caduca. Como si hubieran desarrollado ideologías que se suponían olvidadas y superadas.

Enfrentarlo. Porque si seguimos dejando pasar episodios aparentemente inofensivos, insultos, empujones, terminamos recogiendo un cadáver de la acera. Si seguimos pensando que son cosas de críos y no abordamos el odio de manera global entonces echará raíces, y las consecuencias pueden ser imprevisibles.

Desactivarlo. Y no sólo cuando se manifiesta con la brutalidad de un linchamiento en la calle. Antes, mucho antes, en el primer insulto en el colegio, el primer mal gesto en la calle, en las redes sociales. Antes, mucho antes de que empiecen los golpes y se derrame la sangre. Antes de que la broma se convierta en crimen.

(Posdata: dejé escrito este artículo hace unos días. Pero voy a tener que añadir un par de líneas. Porque después de la final de la Eurocopa de fútbol varios miles de garrulos han linchado en las redes sociales a varios jugadores, desde un racismo brutal y primitivo. Es el mismo odio. El mismo. Y me temo que lo dejaremos pasar. Hasta que un día la minoría linchada seamos nosotras).

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