tiempo de academia

Sixto Romero Sánchez

Presidente de la Academia Iberoamericana de la Rábida

Salud y ciencia

Destacábamos la puesta en valor por la Unesco y la Internacional de la Educación cuando recuerdan el importante papel del docente en la vanguardia durante la pandemia de la Covid-19, y a ello me he referido en las dos entregas anteriores, con una apuesta por no cerrar, de nuevo los centros escolares durante la nueva ola de la Covid-19, salvo casos excepcionales que pudieran perjudicar muy seriamente la salud de nuestros niños y niñas. Pensemos que, en muchos países en desarrollo, con un grave deterioro de "sus gobernanzas" dónde hay una débil democracia, en el caso de que exista, la asistencia a clase de una niña o un niño es "garantía" de que ese día puede comer. Desgraciadamente, esto es así.

Totalmente de acuerdo con las palabras de N. Meneses a finales de enero del año en curso cuando afirma que no era necesaria una pandemia para darnos cuenta de que la emergencia educativa es una realidad. Incluso antes de la Covid-19, unos 262 millones de niños y adolescentes de todo el mundo (uno de cada cinco) no podían ir a la escuela o recibir una educación completa, debido a factores como la pobreza, la discriminación, los conflictos armados, los desplazamientos, el cambio climático.

En otro sentido, han aparecido y siguen apareciendo excelentes trabajos de profunda reflexión sobre los estragos que ha producido y sigue produciendo la Covid-19. Humildemente, soy de la opinión, que los problemas aumentarán de forma exponencial si éstos no se abordan desde la necesaria armonización y coordinación con un modelo científico positivo, seguro y efectivo. ¡Largo y tendido podíamos hablar al respecto!

Es cierto que la comunidad científica, cuando aparece en escena la Covid-19 ha estado trabajando e investigando, desde diferentes marcos competenciales, dando así soluciones a problemas a disposición de la sociedad con respuestas a preguntas concretas de las instituciones gubernamentales responsables en materia sanitaria. Para conseguir este objetivo se requería tener una visión clara, lo más exhaustiva posible, de las acciones ya emprendidas de modelización y potencialidad en las jurisdicciones.

Desgraciadamente en nuestro país, que se puede hacer extensivo a otros, ha costado mucho trabajo creer en la comunidad científica cuyas aportaciones, en muchos casos, se han tomado mal y tarde. Pero no olvidemos que otro de los objetivos de la comunidad científica ha sido poder devolver a los órganos de forma coordinada y estructurada, las acciones resultantes de los diferentes modelos utilizados en torno a cuestiones bien definidas, pero también constituirse en una fuerza influyente para proponer proyectos definitivos con base científica sólida que permitan la lucha contra la Covid-19 y vencerla. ¿Se ha conseguido? Creo modestamente que no, porque el interés y desbarajuste de los responsables políticos y la presión mediática de poderes fácticos ha primado por encima de la ciencia.

Considero que es tiempo más que suficiente para hacer un balance provisional. A nivel nacional, la coordinación científica institucional en la crisis ha sido y es insuficiente. A pesar de ¿la buena voluntad, interesada o no?, el camino recorrido por las instituciones políticas y la comunidad científica ha sido divergente provocando que la cooperación entre los que podemos denominar actores institucionales no ha estado a la altura de los desafíos científicos hasta el punto de ralentizar en ocasiones la cooperación. Compartir datos seriamente, que debería haber sido una prioridad, ha sido una carrera de obstáculos. Esto debería llevar a todos los científicos a reflexionar sobre la información realmente necesaria para modelar, de acuerdo con lo que la sociedad está dispuesta a brindarles y la confianza que deposita en ellos.

Llegados a este punto, me pregunto si el imparable progreso de la ciencia ha sido visto o digerido, tal vez desde la época del gran Galileo, en estado de conflicto sentimental hacia los innumerables avances conseguidos pensando que no tendríamos jamás el control de nuestros destinos. Así nace el miedo a la ciencia, consecuencia de las lealtades a los legados de los científicos. Ya desde el siglo XVI, a favor y en contra tuvo sus adeptos, unos entusiasmados por la sensacionalidad de los logros conseguidos que se lanzaban muchas veces desconcertados hacia laberintos abiertos por la revolución científica, y otros los reaccionistas contra el mundo de la ciencia que encontró su expresión anhelando una relación emocional tomando una postura contra la destrucción de los valores tradicionales.

No es muy descabellado preguntarse: ¿Podemos decir que los que tienen en la actualidad que abordar la resolución del problema tienen miedo a la ciencia? Cuestión que dejo para la reflexión.

Todos sabemos que la crisis no ha terminado. Sin embargo, ahora es necesario pensar en el establecimiento de las estructuras y conocimientos necesarios para una mejora de la modelización en tiempos de crisis epidémica y la difusión de resultados verificados en muy poco tiempo y acompañados de los elementos (supuestos, incertidumbres, fluidez, .. .) que ayudarían a los responsables políticos-si se dejan- a tomar decisiones informadas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios