STOP a la Operación Kilo

Dar un kilo de comida en vez del dinero que costaría implica una forma de solidaridad desconfiada

Casi tan antigua como la Navidad, y casi tan engastada en nuestras vidas como el polvorón en diciembre, es la inmortal Operación Kilo. Sin ir más lejos, anteayer estuve en un evento musical y para entrar me pidieron un kilo de comida: ¡Comida para paliar necesidades!, y delante de la mesa un nutrido grupo de personas voluntarias; generosas, aportando su tiempo y su entusiasmo. Pero allí, otra vez, ante esa buena gente, volví a preguntarme ¿es esto realmente solidaridad?, ¿o es simplemente caridad?

Dar comida a las personas empobrecidas, aquí o en el sur, es un modelo de caridad que deberíamos hacer sobrepasado hace años. Desde la perspectiva de la lucha contra las causas de la pobreza y la de la dignidad del ser humano, sinceramente, no tiene sentido recoger comida y repartirla a familias pobres en una cola, eso ya pasó, mejor dejémosla para tiempos de guerra, o para hambrunas excepcionales, que por desgracia llegarán.

Dar un kilo de comida, o dos, en vez del dinero que costarían, implica una forma de solidaridad desconfiada. El despilfarro publicitado de algunos nos invita a pensar que con el dinero se pueden hacer barbaridades, es cierto, pero también sabemos que sin el dinero no podremos generar riqueza: por ejemplo empresas donde nuestros pobres puedan encontrar un empleo. Además, ¿cuál es el coste económico de estas prácticas? El alimento recogido hay que desplazarlo a naves centrales, hay que organizarlo y después devolverlo a los lugares de reparto. Todo ese engranaje es muy costoso, y aunque cuenta con una enorme dosis de solidaridad, la eficacia de los mismos es dudosa.

Dar un kilo de comida, o dos, esconde también el gran problema de la soberanía alimentaria. Producimos un exceso de comida que debemos vehicular; cuando las donaciones las hacen las mismas empresas sobreproductoras con el permiso de la Unión Europea, o cuando se pelea por los desechos de las grandes superficies, de alguna manera justificamos y enmascaramos el despilfarro de la industria alimentaria. En el futuro comeremos suficiente y sano en la medida en la que cuidemos nuestra tierra hoy. Desde esta óptica, por tanto, no generemos más operaciones kilo.

Desde el más absoluto respeto por las personas que lo promueven y colaboran, invito a reflexionar sobre otras formas de solidaridad minusvaloradas: empresas de inserción, economatos solidarios, monedas sociales para comprar en comercios locales, etc. Stop operaciones kilo.

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