Tuve una experiencia única e impactante, hace al menos veinticinco años, cuando en el momento de ratificar la muerte de una paciente -monja de clausura- otra religiosa joven, presente en ese momento, dijo con rotundidad apabullante y que me dejó una marca indeleble en mis propias sensaciones ante la evidencia de la muerte: "Qué alegría estar toda la vida esperando este momento". Esta frase en persona tan joven aún y entregada a la vida contemplativa, me viene a la mente con frecuencia cuando la muerte vence a alguien que me resulta próximo porque, aunque pueda no servir de consuelo para quienes vivimos en el ajetreo de lo cotidiano, sí me hace calibrar en cómo pensaría el fallecido de haber conocido ese pensamiento.

Pues bien, desde esta consideración, me atrevería a firmar que don Julián no solo lo compartiría, sino que ya está disfrutando de la alegría de ese momento al que aludía la joven religiosa. Máxime, cuando don Julián López tenía la misión -ejercida con una ejemplaridad y eficiencia insuperables- de la atención espiritual de los enfermos ingresados en el hospital, primero en el Lois y luego, en el Juan Ramón Jiménez, lo que le permitió estar en contacto diario, más que los propios profesionales sanitarios, con el final de la vida en todo tipo de circunstancias personales de edad, condición social, en soledad o acompañados… y mi sensación, en lo que pude conocerlo, ¡cuántas conversaciones durante las guardias!, es que ello agrandaba cada vez más su sensibilidad, su capacidad de servicio, su bondadosa personalidad y le agudizaba su ya, de por sí, profundísimo fervor eucarístico como expresión de la continuidad de Cristo Vivo que le tenía a él como intermediario en la apertura de la feliz eternidad al doliente en el fin de su ciclo vital. La adoración nocturna, la exposición del Santísimo, misas en latín en la Iglesia de la Hermandad del Calvario, la parroquia, el Seminario… así era su vida. Ayer, recién terminado el entierro de don Julián, hasta tres sacerdotes me hablaron del hombre bueno, sacerdote con halo de santidad y ejemplo de carácter sencillo y piadoso.

Él tenía unas libretas en las que llevaba el control de la situación espiritual del momento en cada paciente, de manera que no se fuera ni uno solo sin estar atendido y ayer, quien me comunicó su fallecimiento, dejó escrito en su mensaje: "… Él fue el último en apuntarse en su propia lista".

Sí, se fue. Falleció don Julián López y yo, sin llegar obviamente a su altura ni a la de la monja, recuerdo a San Agustín: "En las tumbas, las flores se marchitan, las lágrimas se evaporan, pero las oraciones siempre llegan a Dios".

Descansa ya en paz, me atrevo a asegurar.

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