HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Rutina cíclica

EN Consolación de melancólicos hice un elogio de la rutina, de hacer todos los días lo mismo, pero distinto, y a las mismas horas. Da mucho equilibrio, templanza y reposo. Levantarnos y acostarnos a las mismas horas se vuelve tan natural que nos despertarnos o nos entra sueño sin que medie la voluntad. Escribir o leer no es todos los días igual, ni las charlas con los amigos, ni los paseos ni las comidas. El orden y las reglas nos dan una vida mejor, con la posibilidad de romperlos para echarlos de menos. Tenemos, sin embargo, una rutina cíclica que la mayoría sigue y respeta y que con los años se hace insoportable y nos impulsa a abandonarla para siempre. Navidad, Carnaval, Semana Santa, Feria, Rocío y Verano son los dioses principales de la rutina cíclica, a los que debemos honrar con festejos y ceremonias, cantos y danzas. La rutina es tan general que se nos inquiere nuestro plan para las celebraciones cuando se acercan.

En su origen, cada una de las fiestas está pensada para romper la rutina diaria y divertir al personal, para volver luego reconfortados a los trabajos cotidianos. Pero con los años vamos perdiendo interés por las diversiones colectivas de la muchedumbre, que tanto nos divertían en otro tiempo, hasta el punto de sentirnos desdichados si no estábamos en el cohollo del aturdimiento. En mi adolescencia una muchacha de Arcos se tiró a un pozo porque su madre no lo la dejó ir a la Feria. Se suicidó. Vino en todos los periódicos y, entonces, nos pareció que una madre terrible había sido injusta con su pobre hija y había pagado por ello. Hoy pensamos de manera completamente distinta, pero no lo decimos por respeto a la muerta. Hay un cierto impulso cercano a la compulsión de estar donde está todo el mundo. El hombre es contradictorio, gregario y sectario a la vez, y cuando alguien supera ambas tendencias se encuentra descolocado.

El apartarse de las celebraciones multitudinarias y el dejar de sentirse obligado a asistir a ellas no es una cuestión de edad, aunque influya, sino de carácter. Es verdad que no estamos igual de animosos en todas las etapas de la vida para ir de fiesta, porque el ánimo ha dividido su interés en otras cosas o porque llega un momento en el que lo que nos predisponía a ir al tumulto festero ha desaparecido. De todos modos, pensamos que las celebraciones populares, sean profanas o religiosas, son necesarias en una sociedad bien ordenada, para expansión del espíritu y encuentro entre vecinos, y porque sabemos, desde que hay noticias históricas, que han existido siempre, luego el hombre necesita de días de olvido y confusión, o de reflexión y recuerdo, para reanudar su destino con nuevos bríos. La Feria es una de las más aparatosas, por esos nos preguntan sobre qué planes tenemos, cuando se acerca, y cómo nos lo hemos pasado, cuando termina. Salvo a los íntimos, lo mejor es mentir para que no nos tomen por un asocial.

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