En unos tiempos formalmente más decentes, antes de la posverdad, los hechos alternativos y las fake news, Richard Nixon, presidente de Estados Unidos, mandó a unos tipos a espiar en la sede del Partido Demócrata. Como era un patriota, un iluminado del Tío Sam, exagerado y acomplejado, pero patriota, contrató para estas fechorías a agentes de la CIA y el FBI, a que fuesen al edificio Watergate a husmear en la campaña electoral de los demócratas. Tiempo después, Donald Trump, otro iluminado pero de él mismo, se vio favorecido del espionaje que Rusia practicó sobre la candidata demócrata, pero además vamos sabiendo que, menos Melania, todo su gabinete en la sombra habló o se entrevistó con el embajador ruso en EEUU, Sergey Kislyak. Por menos de eso y con menos evidencias, en los tiempos en que el joven Nixon hacía pinitos se mandó a la silla eléctrica a un matrimonio que supuestamente espió para Moscú y se dejaba sin trabajo a actores, directores y guionistas. Algo se ha ganado. Piensen si eso lo hubiera hecho Hillary. El anterior asesor de seguridad, el fiscal general del Estado y hasta el yerno de Trump se entrevistaron con el embajador en la Torre, los indicios son tremendos, se va a abrir una investigación que podría acabar en un impeachment si los republicanos siguen siendo tan patriotas como Nixon.

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