Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

'Runners' contaminantes

El código ético de ciertas nobles actividades puede ser cosa del pasado

Allá por el 98 del XX, en una fiesta benéfica, un tipo que jugaba al rugby dio un cabezazo a otro, porque le afeó el estar acosando, beodo perdido, a una amiga del que se vio con la nariz rota. Los cabezazos no se estilaban, eran algo de patio de prisión. Pero lo que seguro que no se llevaba ni era aceptable es que un practicante del nobilísimo deporte del 15 agrediera a alguien en la calle, abusando de su fuerza.

Muchos de los niños de mi quinta practicamos el judo en el colegio, aunque sólo fuera hasta conseguir el cinturón blanco-amarillo. Una de las consignas que recibíamos era que bajo ningún concepto haríamos proyecciones -mañas, vaya- fuera del tatami. Cuestión de honor. Igual sucedía con el kárate o taekwondo, donde los golpes podían resultar más peligrosos que en el deporte del agarre y el desequilibrio creado por Jigoro Kano. Incluso en el más patibulario boxeo, donde se redimía lo más granado de cada barrio, había normas taxativas: fuera del ring, no. Según he sabido de buena tinta y ceja cosida, en las tribus de supporters más violentas asociadas al fútbol, donde varios canallas de edad pastorean a un rebaño de desubicados con necesidad patológica de pertenencia, raro es el que no practica boxeo, kárate o el brutal muay thai. A la mínima que puedan, darán patadas y golpes peligrosos a un rival, que bien pudiera ser uno que pasaba por allí, y no otro cretino como el pegón en manada.

He sabido que se ha puesto de moda en Madrid entre ciertos ciclistas el golpear en el primer semáforo o parón la carrocería de aquellos conductores que ellos estiman que les pasan demasiado cerca. Los más justicieros de estos vengadores a dos ruedas directamente rayan con una llave la carrocería del coche cabrón. Cabe decir, como en los deportes mencionados arriba, que un ciclista se supone -o suponía- que era por definición una persona pacífica. (Para que no me salten al casco los pepitogrillos del oficio de pedalear: ya en los años ochenta, quien suscribe iba a trabajar en bici.)

Hay un nuevo tipo de corredor callejero o runner; otra degeneración de una noble especie, deportiva y sana. Es un sujeto -puede que en licra fosforito y reloj smartphone- al que si alguien mira con ojos que él interpreta que le afean el no llevar mascarilla mientras trasiega hectómetros, se revuelve y le echa al paseante el aliento en la cara: toma virus. Me lo contó una víctima, una señora en sus 60. He sabido que su incidente no es un caso aislado. El indeseable es transversal, y apesta hasta a las aficiones más nobles.

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