Poco a poco, con esa lentitud con la que los jóvenes ven pasar la vida y esa fugaz rapidez con que los mayores devoramos horas, días y meses, hemos llegado nuevamente al final de otros doce meses en los que los guarismos de un año dan paso a otro.

En estos días la llegada de una fecha que marca profundamente nuestro corazón, en la tradición, en el amor y en la fe, todo nos parece mejor, más bello, más lleno de sinceridad. Es, con rumor de paz, tiempo de Navidad.

En el rincón de la casa, todavía la presencia de esos portales que recrean el hecho del nacimiento de Jesús, es una constante que los niños no deben perder. Vivimos una época donde las imágenes se han hecho dueñas de nuestra actividad cotidiana. Ahora, todo se ofrece en la realidad virtual de los medios digitales que inundan nuestra mente. La sencillez del pasado va quedando ahogada en una modernidad colorista, atractiva, pero vacía.

Allá en la lejanía del tiempo, nuestra alma nos evoca los más bellos recuerdos que aprendimos de niños, al son de panderetas y zambombas, con cantos repetidos de villancicos y alegría desbordada que nos empujaba a acercarnos al misterio de una noche, que sin duda bajo el manto de nuestras creencias es la mejor noche del año. Por eso la llamamos Nochebuena.

Se acerca la Navidad. De nuevo los ángeles volverán a cantarnos su lema de siglos para anunciarnos la venida del Redentor, con palabras de paz unida a la buena voluntad. Hoy nos hacemos más niños para refugiarnos en la humildad en un tiempo que se fue pero que dejó toda la maravilla de una tradición celebrada con la familia en la intimidad de nuestros hogares.

He pensado muchas veces qué pensarán las generaciones de ahora del sentimiento navideño. Días de fiestas, de ruidos, de encuentros. Pero ¿la comparten con esa meditación sencilla de soñar que a la luz de un pesebre, en la soledad de la medianoche, junto a la compañía de los pastores, bajo el brillo de una estrella que alumbró caminos a Magos, nos presenta el nacimiento de un Niño que iba a redimir al mundo?

Miro a las figurillas del pequeño Nacimiento, que cada año monté para mis hijos y ahora para mis nietos y veo que son las mismas que un día yo contemplaba emocionado en mi casa paterna y llenaba mi alma de un espíritu de fe en el credo de nuestra religión.

Faltan pocos días para que llegue el milagro. Preparemos nuestro corazón para recibir al que viene a salvarnos. Para todos paz, bien y buena voluntad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios