Cuando semana tras semana nos atrae el plano nacional de la actualidad política en nuestras opiniones, no escasean temas del ámbito local. Uno de ellos son los ruidos. Siempre dijimos que Huelva, además de una ciudad alegre y confiada, es una ciudad ruidosa. Se justifica porque nuestro entorno es propicio a estas estridencias sonoras. Se vive más en la calle, la gente es más bulliciosa y ello produce la correspondiente algarabía. Lo curioso es que en este ambiente que vivimos, el ruido no nos permite entendernos y cubre el verdadero estruendo que nos ensordece. Las voces de expertos en la simulación, la manipulación y la intriga de sus intereses personales, disfrazados de presuntas intenciones políticas benefactoras, por lo general para ellos mismos, han turbado el ambiente y han inundado de crispación y desavenencias nuestros días.

Incluso en lugares de ocio, léase bares, cafeterías, o cualquier otro de asueto necesario que aplaque la tensión laboral, nos machacan con interjecciones sonoras, denuestos altaneros e imprecaciones malsonantes, referidos a esta turbulenta situación política a la que nos han llevado algunos. Es fácil evocar El ruido y la furia, la novela de Faulkner, inspirado el título en un verso de Macbeth, de Shakespeare, pretenciosa cita, quizás, en relación con los excesos sonoros que aquí padecemos. Y sin embargo a menudo se nos embauca con estudios, estadísticas y análisis que no hacen más que confirmar nuestra negativa experiencia diaria. Hace ya muchos años se reconocía que "La contaminación acústica alcanza a la cuarta parte de los hogares de Huelva". Con el tiempo ha aumentado el tráfico, como principal hervidero ruidoso, motos estruendosas, coches discoteca a todo volumen, atascos, obras interminables y peatonalismos compulsivos, continuas transformaciones, instalaciones y saneamientos, que se sabe cuando empiezan pero no cuando acaban, actividades industriales ruidosas y la indiscreción de gente que habla a voces a cualquier hora del día o de la noche y mantienen conversaciones a través de sus móviles gritando a su interlocutor como si se tratara de un sordo.

Bien, pues a este ambiente perturbador se añade la fatídica suma de innumerables tapas de registros de las conducciones de agua, electricidad, teléfono, etc. en avenidas, calles y plazas, que al encontrarse desajustadas y que, por lo que se ve y se oye, no se revisan, provocan un ruido estruendoso cuando circulan sobre ellas autobuses, camiones, furgonetas, coches y todo tipo de vehículos. En las calles más céntricas, y escribo por experiencia porque vivo en una de ellas, algunos ruidos producidos por estos desajustes, son insoportables. Se habló de un mapa de ruidos. No sabemos qué fue de esa localización de una geografía sonora, de qué valió y cuáles fueron sus resultados. ¿No sería uno de esos alardes municipales que, como tantos otros solo quedan para la galería?

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