Cambio de sentido

Ruido

Propongo hacer uso del 'derecho al silencio', uno elocuente, valorativo, que ni calla ni otorga ni manda callar

Con fe reciente, creo en el instante (pavoroso y tan pequeño) de silencio que se sintió en las Ramblas tras el primer testarazo seco de la furgoneta contra un cuerpo. Creo en el mutismo con el que miré y me miró la amiga que me dio la noticia del atentado. Creo en el modo vuelo del móvil por un rato, creo en el eterno minuto de silencio.

A continuación llegaron los gritos, las sirenas de ambulancia, las alarmas. Los pitidos del Whatsapp, las líneas colapsadas. Los frenéticos retuits, las lúgubres fotos de gatos felices que, ante la petición policial de no divulgar material del atentado, tuitearon miles de personas que han olvidado que, cuando no existían los clics, se metían el dedito en las narices. Los bulos, las imágenes "que pueden herir su sensibilidad", los cizañeros a sueldo y los de andar por Facebook. Mucho, demasiado ruido. En Madrid, de regreso al sur, me sorprende una estampida por Atocha. En la pelu, la señora que se tanga la cana propone medidas que ni las de la pragmática del 1567 contra los moriscos. Por las redes, demócratas de Pichardo y algún que otro cristiano viejo se pasan por el forro sus valores -esos que nos distinguen de los yihadistas y de sistemas pre-jurídicos y sus guerras sin cuartel- al alegrarse mucho de que los Mossos "abatieran" a Younes Abouyaaqoub en vez de llevarlo vivo ante la justicia y que cayera sobre él todo su peso. Ruido y más ruido. Todo un tratado caótico y estridente de velocidad y tocino.

El terrorismo no es nada sin mi terror, sin mi colaboración en el caos, sin espectáculo, sin ruido. Pareciera que dejar de decir "lo mío" es dejar pasar la ocasión de que mi verdad ocupe su sitio, contribuyendo así a que prevalezca la manera contraria de pensar, hacer y decir. ¿Acaso convence más quien más grita y manotea? Tan inútil es hablar para quien no escucha que para convencer al que ya está convencido. El reto está en el margen y la juntura.

Ante el terror sembrado en Barcelona, hago uso de mi derecho al silencio -que lo tengo comparado con la isegoría, o igualdad en el uso de la voz, y a la parresía, o virtud para ejercer la palabra-. Quiere ser un silencio con peso específico, sonoro, elocuente, valorativo, homeopático. Un silencio opuesto al de Bernarda Alba, que ni calla ni manda callar. Que no asiente ni otorga. Que protesta, y dentro del cual resuena un verso de la poeta Laura Casielles: "Encontrar las palabras elementales. Y luego hablar". Sea.

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