¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Rivera&Sánchez

No se puede despreciar a Abascal e ir de la manita con los filoetarras. Es una indecencia

Ya nadie duda de que la primera víctima de la crisis política es Albert Rivera. Tenían razón los que lo llamaban el "nuevo Suárez", pero se les olvidó especificar que se referían al prócer de Ávila en su segunda etapa, cuando era el líder de un CDS más decorativo que útil. Rivera rindió un gran servicio al país en Cataluña. Él fue el primero en plantarle cara al nacionalismo cuatribarrado en su propio territorio, sin disfraces de payés, reivindicando una ciudadanía libre de autoctonía. Sólo por eso merecería un marquesado, pero no la Presidencia del Gobierno. El drama de Rivera es el de la nueva política: ha envejecido demasiado rápido. Su intensidad y su hiperactividad verborréica cansan más que entusiasman. Su romance con Malú no tiene nada de extraño. Ella es en los escenarios lo que él en el estrado del Congreso de los Diputados. Mucha potencia y poco fondo. En los últimos tiempos, los padres fundadores de Ciudadanos, gente muy fina y de la cosa intelectual, han empezado a abandonarlo. "No es esto, no es esto", dicen, pero Rivera ya no escucha a nadie, sólo al eco de su voz retumbando en el hemiciclo.

Una vez que nuestra pluma ha matado a Rivera, la duda es si también apiolamos a Sánchez. En principio puede parecer una temeridad, porque las encuestas le soplan a favor y, sobre todo, no tiene competencia por su izquierda, ahora que Pablo Iglesias se ha mostrado incapaz de convertirse en un líder del centroizquierda, en cuya base abundan los pequeños propietarios y menestrales a quienes les horrorizan ideas extravagantes como la de una comunista al frente del Ministerio del Trabajo. Sin embargo, los dos fracasados intentos de investidura nos han mostrado un Sánchez mucho más frágil e insustancial de lo que muchos están dispuestos a admitir. "Ahora miro a la izquierda, ahora a la derecha", demasiadas dudas para el nuevo jefe de la socialdemocracia europea, como algunos pelotaris ya lo aclaman. Aparte están sus malas maneras de chulapo cariacontecido. Su actitud ante Santiago Abascal (cuyo discurso-fósil dejó mucho que desear) habrá provocado seguramente el entusiasmo ante la muchachada antifascista, pero es impropia de un presidente del Gobierno, que lleva incluido en el sueldo el responder con respeto y seriedad a las cuestiones que le plantean los representantes del legislativo. No se puede despreciar a Abascal e ir de la manita con los filoetarras. No se puede. Es una indecencia.

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